Domingo 2 de octubre 2016 – NUESTRA
SEÑORA DE LUJAN
Madre, danos tu mirada para vivir como hermanos
En la Arquidiócesis de Buenos Aires se celebra la
misa propia de Nuestra Señora de Luján
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro del profeta Isaías
35, 1-7
35, 1-7
¡Regocíjense el desierto y la tierra
reseca, alégrese y florezca la estepa! ¡Sí, florezca como el narciso, que se
alegre y prorrumpa en cantos de júbilo! Le ha sido dada la gloria del Líbano,
el esplendor del Carmelo y del Sarón. Ellos verán la gloria del Señor, el
esplendor de nuestro Dios.
Fortalezcan los brazos débiles,
robustezcan las rodillas vacilantes; digan a los que están desalentados: «
¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios! Llega la venganza, la represalia de
Dios: él mismo viene a salvarlos.»
Entonces se abrirán los ojos de los ciegos
y se destaparán los oídos de los sordos; entonces el tullido saltará como un
ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo. Porque brotarán aguas en el
desierto y torrentes en la estepa; el páramo se convertirá en un estanque y la
tierra sedienta en manantiales; la morada donde se recostaban los chacales será
un paraje de caña y papiros.
Palabra de Dios
O bien
Lectura del libro del profeta Isaías
58, 7-8, 10
58, 7-8, 10
Este es el ayuno que yo amo – oráculo del Señor-
: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a
los oprimidos y romper todos los yugos. Compartir tu pan con el hambriento y
albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte
de tu propia carne.
Entonces despuntará tu luz como la aurora
y tu llaga no tardará en cicatrizar; delante de ti avanzará tu justicia y
detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces llamarás, y el Señor responderá;
pedirás auxilio, y él dirá: “¡Aquí estoy!”.
Si eliminas de ti todos los yugos, el
gesto amenazador y la palabra maligna; si ofreces tu pan al hambriento y sacias
al que vive en la penuria, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad
será como el mediodía.
Palabra de Dios
SALMO Lc 1, 46-48. 49-50. 51-53. 54-55
(R.: cf. 49)
R.
El Señor hizo en mí maravillas: ¡gloria al Señor!
«Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en
Dios, mi Salvador,
porque él miró con bondad la pequeñez de
su servidora.
En adelante todas las generaciones me
llamarán feliz
Porque el Todopoderoso ha hecho en mí
grandes cosas:
¡su Nombre es santo!
Su misericordia se extiende de generación
en generación
sobre aquellos que lo temen.
Desplegó la fuerza de su brazo,
dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de su trono
y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos
y despidió a los ricos con las manos
vacías.
Socorrió a Israel, su servidor,
acordándose de su misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
en favor de Abraham
y de su descendencia para siempre.»
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de Efeso
1, 3-6. 11-12
1, 3-6. 11-12
Bendito sea Dios, el Padre de nuestro
Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes
espirituales en el cielo, y nos ha elegido en él, antes de la creación del
mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor.
El nos predestinó a ser sus hijos
adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para
alabanza de la gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo muy querido.
En él hemos sido constituidos herederos, y
destinados de antemano -según el previo designio del que realiza todas las cosas
conforme a su voluntad- a ser aquellos que han puesto su esperanza en Cristo,
para alabanza de su gloria.
Palabra de Dios
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Juan
19, 25-27
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre
y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a
la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer,
aquí tienes a tu hijo.» Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre.» Y
desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Palabra del Señor
Para
reflexionar
María Peregrina
En este tiempo, en este día: queremos y
debemos mirar de una manera especial a nuestra Madre: María es la estrella que
refleja los rayos del Sol de Justicia que viene de los alto y nos muestra el
camino de nuestro peregrinar. María nos educa «consiguiéndonos abundantes dones
del Espíritu Santo y proponiéndonos, al mismo tiempo, el ejemplo de aquella
“peregrinación de la fe”, de la cual es maestra incomparable» (Juan Pablo II).
Su vida se consume en el seguimiento
radical de ese Camino que es su propio Hijo, y recorriendo con ella sus pasos,
vamos caminando hacia la santidad. Ella es la “Madre del peregrino”, que nos
acompaña siempre, y especialmente en los momentos de cansancio o dificultad.
María es peregrina por excelencia. Además del Señor Jesús, ella es quién ha
comprendido mejor que nadie, que este mundo no es un lugar para instalarse,
sino para realizar el Plan de Dios.
Su vida estuvo marcada por las
peregrinaciones. La primera es aquella por la que sale de sí para abrirse al
plan de Dios, luego vendrá la que emprende para atender a su prima Isabel,
quien, como Ella, está embarazada. Ambos embarazos son fruto del amor de Dios
por su pueblo. Se pone en camino después que el ángel le anuncia que será la
Madre del Redentor; luego de su peregrino “Hágase” lleno de confianza y amor,
María inicia una peregrinación para vivir el servicio humilde y necesario. La
que lleva la Palabra en su vientre “se levanta” y se pone en marcha, a la ciudad
de Ain Carim, para ofrecer su servicio de compasión y amor. Todo su ser expresa
esa unión íntima, con el Hijo a quien lleva en sus entrañas.
María, responde a la alabanza de Isabel
redireccionando su saludo y volviéndolo una alabanza al buen Dios. Poco tiempo
después María, peregrina hacia José, hacia la oscuridad que se hace luz y
juntos inician su peregrinar, ahora como familia, a Belén, la ciudad de David.
La Madre de Jesús experimenta las dificultades del camino, la indiferencia de
los posaderos, las incomodidades y necesidades de un pesebre. Pero nada podrá
empañar la inmensa alegría del nacimiento del Señor, acompañada por la
solidaridad de los pobres pastores y por el homenaje de los reyes que
manifiestan la esperanza de todos los pueblos por el Mesías.
Peregrinarán luego para cumplir con las
prescripciones de la Ley de Moisés, y recibe la profecía del dolor y la
contradicción por parte del anciano Simeón. Peregrina a Jerusalén para la
fiesta de la Pascua cuando Jesús tuvo doce años. Año tras año María peregrinó a
Jerusalén, la Ciudad Santa, año tras año, llevó a su Hijo educándolo en el
sentido de la peregrinación y dejándose educar por Él, que debía estar en las
cosas del Padre.
Peregrina al pie de la cruz
Todas estas peregrinaciones, la preparan para
la peregrinación hasta los pies de la Cruz de su Hijo Jesús, donde hace su
propio Vía Crucis. María acompaña a su hijo viviendo la “compasión”, sufriendo
en su interior los dolores de su Hijo por la misteriosa, amorosa y profunda
unión que vivían. Ella participa activamente en el camino de la Cruz. Ofrece a
Dios todo su dolor y se configura con Jesús en este momento de
sufrimiento.
Ella no desfallece en el seguimiento de
Cristo cuando éste se hace cada vez más doloroso y exigente. No pierde el paso,
no se aleja. Está siempre al lado de su Hijo y en lo alto del monte Calvario
está de pie en medio de su dolor inimaginable.
Y está de pie porque en lo más íntimo de
su ser, por debajo de esta peregrinación de dolor, corre, como un río profundo,
una alegría inmensa que brillará en todo su esplendor en la Resurrección. Ella
sabe, con la certeza de la fe, que en la Cruz su Hijo está venciendo el pecado
y la muerte, sabe que allí está reconciliando a los hombres con el Padre.
Desde lo alto de la Cruz, en el culmen de
esa peregrinación de dolor y alegría, Jesús nos entrega a su Madre, como
compañía en el camino de nuestro cotidiano peregrinar. El Señor le confía la
misión de ser Madre nuestra y Ella cumple con fiel amor este encargo,
acompañando este andar de la Iglesia primitiva, de la Iglesia de todos los
tiempos.
La palabra del Crucificado al discípulo y,
por medio de él, a todos los discípulos de Jesús se hace de nuevo verdadera en
cada generación. María se ha convertido efectivamente en Madre de todos los
creyentes. La esperanza de María al pie de la cruz encierra una luz más fuerte
que la oscuridad que reina en muchos corazones: ante el sacrificio redentor,
nace en María la esperanza de la Iglesia y de la humanidad.
En el momento de la máxima entrega, María
está a la altura del Amor de su Hijo y se entrega plenamente, otra vez, a la
bondadosa voluntad de Dios sobre los hombres, y por eso se le encarga la
maternidad de todos los hombres: Esta nueva maternidad de María, engendrada por
la fe, es fruto del nuevo amor que maduró en ella definitivamente al pie de la
cruz, por medio de su participación en el amor redentor de su Hijo.
Este es el gran legado que Cristo concede
desde la Cruz a la humanidad. Es como una segunda Anunciación para María. Hace
treinta y tres años un ángel la invitó a entrar en los planes salvadores de
Dios. Ahora, no ya un ángel, sino su propio Hijo, le anuncia una tarea nueva:
recibir como hijos de su alma a los causantes de la muerte de su primogénito.
María” Madre de Dios”, “Madre de Cristo”, “Madre de los hombres”.
Sólo Jesús sabe lo que hay en el corazón
de su madre, por eso la llama mujer, no María o mamá. En la cruz no le puede
pedir que renuncie a ser madre. Jesús sabe que comienza una nueva época para la
humanidad. Su nueva maternidad le agranda el corazón hasta límites
insospechados. Jesús entrega a su Madre como Madre de todos los vivientes,
especialmente de los que serán hijos de Dios por la gracia.
A su bondad materna, se dirigen los
hombres de todos los tiempos y de todas partes del mundo, en sus necesidades y
esperanzas, en sus alegrías y contratiempos, en su soledad y en su
convivencia». En Pentecostés, atrae con su oración el Espíritu Santo sobre los
Apóstoles, que la llena de fuerza para la tarea evangelizadora y el servicio generoso.
María es Madre del Pueblo de Dios y desde
su Asunción a los cielos nos guía y acompaña en nuestro peregrinar hacia la
Patria definitiva. «La Madre de Jesús, es la imagen y principio de la Iglesia
que ha de ser consumada en el futuro siglo; así en esta tierra, hasta que
llegue el día del Señor, antecede con su luz al Pueblo de Dios peregrinante
como signo de esperanza y de consuelo».
Y desde su cielo se hizo, también,
peregrina hasta nuestra patria para quedarse de un modo particular y amoroso en
las orillas del río Luján como signo de su maternal entrega por estos hijos
suyos.
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