13 de enero de 2017 – TO – VIERNES
DE LA SEMANA I
Él tiene el
poder de perdonar los pecados
Lectura de la carta a los
Hebreos 4, 1-5. 11
Hermanos, temamos, entonces, mientras
permanece en vigor la promesa de entrar en el Reposo de Dios, no sea que alguno
de ustedes se vea excluido. Porque también nosotros, como ellos, hemos recibido
una buena noticia; pero la Palabra que ellos oyeron no les sirvió de nada,
porque no se unieron por la fe a aquellos que la aceptaron. Nosotros, en
cambio, los que hemos creído, vamos hacia aquel Reposo del cual se dijo:
Entonces juré en mi indignación: Jamás entrarán en mi Reposo.
En realidad, las obras de Dios estaban
concluidas desde la creación del mundo, ya que en cierto pasaje se dice acerca
del séptimo día de la creación: Y Dios descansó de todas sus obras en el
séptimo día; y en este, a su vez, se dice: Jamás entrarán en mi Reposo.
Esforcémonos, entonces, por entrar en ese
Reposo, a fin de que nadie caiga imitando aquel ejemplo de desobediencia.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 77,
3 y 4bc. 6c-7. 8 (R.: cf. 7b)
R. No olvidemos las
proezas de Dios.
Lo que hemos oído y aprendido,
lo que nos contaron nuestros padres,
lo narraremos a la próxima generación:
son las glorias del Señor y su poder. R.
Así podrán contarlas a sus propios hijos,
para que pongan su confianza en Dios,
para que no se olviden de sus proezas
y observen sus mandamientos. R.
Así no serán como sus padres,
una raza obstinada y rebelde,
una raza de corazón inconstante
y de espíritu infiel a Dios. R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Marcos 2, 1-12
Unos días después, Jesús volvió a
Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en la casa. Se reunió tanta
gente, que no había más lugar ni siguiera delante de la puerta, y él les
anunciaba la Palabra.
Le trajeron entonces a un paralítico,
llevándolo entre cuatro hombres. Y como no podían acercarlo a él, a causa de la
multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un
agujero descolgaron la camilla con el paralítico. Al ver la fe de esos hombres,
Jesús dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados.»
Unos escribas que estaban sentados allí
pensaban en su interior: « ¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando!
¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?»
Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban
así, les dijo: « ¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico:
“Tus pecados te son perdonados”, o “Levántate, toma tu camilla y camina”? Para
que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de
perdonar los pecados -dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu
camilla y vete a tu casa.»
El se levantó en seguida, tomó su camilla
y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios,
diciendo: «Nunca hemos visto nada igual.»
Palabra del Señor.
Para reflexionar
En este pasaje de la carta a los Hebreos,
el autor, trata de convencer a los nuevos cristianos procedentes del judaísmo y
dispersos entre las naciones, que no piensen en volver a Jerusalén, como si
esta ciudad fuese aún para ellos el ideal escatológico del reposo.
La imposibilidad de entrar al reposo de
los antiguos, fue a raíz de su desobediencia. El autor de la carta, quiere que
los cristianos aprendan la lección y no caigan en la misma trampa que los
israelitas en el desierto. Los cristianos están llamados a un reposo muy
superior, que no es ya el de la Tierra Prometida y de Jerusalén, sino el de la
vida con Dios.
La mentalidad judía entendía el reposo en
sentido amplio como sinónimo de la paz mesiánica, de la concordia y de la
alegría. El reposo de Dios, del que habla esta página a los hebreos, es todo lo
contrario de la inacción, del aburrimiento, de la pasividad, de la pereza: es
la felicidad estable y altamente consciente de saberse en la vida. Entrar en el
reposo de Dios, es entablar una relación íntima con el Dios que nos ama de una
manera infinita, y nos permite experimentar la vida de un modo único.
***
Marcos va a contarnos a partir de hoy,
cinco escenas de controversia de Jesús con los fariseos, agrupadas con una
intención catequética. La fama de Jesús se ha extendido por toda la región
alrededor del lago de Galilea; al regresar a Cafarnaún, mucha gente va a verlo
y Él habla a la multitud.
Después de un leproso, viene un paralítico
en busca de Jesús dependiendo completamente de las personas que lo cargan en su
camilla. Jesús está rodeado de tanta gente, hasta el punto de no poder verlo ni
acercársele; por eso se las ingenian para abrir un boquete en el techo y
descolgar al impedido en su camilla. Jesús no lo sana de la parálisis de
entrada, sino que le perdona al paralítico sus pecados, causando escándalo
entre los doctores de la ley y los escribas presentes. Para ellos, solamente
Dios puede perdonar, y sólo lo hace a través de sus intermediarios: los
sacerdotes y la estructura organizada para purificar al pecador. Según ellos
Jesús no sólo blasfema, sino que usurpa atribuciones.
Según la manera de pensar del momento, la
enfermedad era considerada consecuencia del pecado. Jesús cura a aquella
persona integralmente: lo cura de su pecado y de su enfermedad. Y ambas
curaciones son parte de su ministerio.
Jesús propone una renovación del hombre
desde su interior, que todos puedan reconocerse como hijos de Dios, miembros de
una comunidad de hermanos. Por eso, aunque lo prioritario para el paralítico y
para quienes lo llevaron era la curación física, Jesús primero lo perdona de
sus pecados.
Esta curación, sirvió de prueba para
mostrar que Jesús tenía poder para perdonar pecados y para la curación física,
relativizándola, y dando prioridad al cambio.
Para Jesús, no va por un lado la
liberación material y por otra la espiritual: lo que hay que liberar es la
persona en su totalidad. La liberación del mal físico tal como la enfermedad,
el hambre, el sufrimiento y toda forma de muerte, es liberación del ser humano,
es presencia del Reino, es salvación. Hay una unidad entre la liberación y la
salvación. Cuando sanamos el cuerpo, cuando saciamos el hambre, cuando
eliminamos la ignorancia, cuando liberamos, salvamos.
Nosotros, en muchas ocasiones, solemos
separar lo corporal de lo espiritual; a Dios, de nuestra vida de todos los
días. La sanación que brota del encuentro con Dios es algo total, algo que
implica todas las realidades de nuestra vida. Sólo así podemos entender que
Jesús curara y perdonara pecados, que en sus labios y en su vida fueran una
misma cosa.
También a nosotros Cristo nos quiere curar
de todos nuestros males, sobre todo del pecado, que está en la raíz de todo
mal. La palabra de Jesús quiere llegar más hondo que nuestro pecado. No sólo en
el momento final de la vida, sino en el instante en que, por la fuerza de esa
palabra nos animamos a levantarnos, tomamos nuestra camilla y comenzamos a
andar ante la mirada de todos. El tomar la camilla es un signo que nos permite
descubrir que “la salud que Cristo nos da” es un don, que tenemos que cuidar
constantemente, porque la posibilidad de volver a enfermarnos está al acecho.
A través de la acción evangelizadora, la
Iglesia se hace continuadora de la acción de Cristo en la historia, llevando a
todos la salvación. Aún con los medios más creativos e inverosímiles busca no
sólo la curación o la ayuda en las necesidades materiales, sino la experiencia
de la vida nueva que nos viene de Él. Sólo basta dejarse conducir por el
Espíritu Santo, el cual nos ayudará a descubrir los caminos necesarios para
construir y realizar el reino.
La gente no sólo queda admirada, sino que,
al percibir la nueva vida que Jesús comunica, acepta este mensaje y se dirige adonde
está Jesús para seguir escuchando su enseñanza.
Por eso, hagamos de la Evangelización una
Evangelización integral, que busque el bien y la salvación del hombre completo,
para que todos puedan disfrutar de una vida digna, pero para que también sean capaces
de llegar a glorificar a Dios no sólo con sus palabras, sino con su vida misma.
Para discernir
¿Hasta dónde llega nuestra fe?
¿Nos conformamos con ilustrar la mente de
los demás?
¿Nos limitamos a trabajar por una
liberación humana?
Repitamos a lo largo de este día
…Ánimo, levántate y camina…
Para la lectura espiritual
«Hijo, tus pecados quedan perdonados»
«Creo en el perdón de los pecados»: el
Símbolo de los apóstoles vincula la fe en el perdón de los pecados a la fe en
el Espíritu Santo, pero también a la fe en la Iglesia y en la comunión de los
santos. Al dar el Espíritu Santo a los apóstoles, Cristo resucitado les
confirió su propio poder divino de perdonar los pecados: «Recibid el Espíritu
Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20,22-23).
«Un solo bautismo para el perdón de los
pecados»: Nuestro Señor vinculó el perdón de los pecados a la fe y al bautismo:
«Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que
crea y sea bautizado se salvará» (Mc 16,15-16). El bautismo es el primero y
principal sacramento del perdón de los pecados porque nos une a Cristo muerto
por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación, a fin de que «vivamos
también una vida nueva» (Rm 4,25; 6,4). «En el momento en que hacemos nuestra
primera profesión de fe, al recibir el santo bautismo que nos purifica, es tan
pleno y tan completo el perdón que recibimos, que no nos queda absolutamente
nada para borrar, sea de la falta original, sea de las faltas cometidas por
nuestra propia voluntad, ni ninguna pena que sufrir para expiarlas… Sin
embargo, la gracia del bautismo no libra a la persona de todas las debilidades
de la naturaleza. Al contrario, todavía nosotros tenemos que combatir los
movimientos de la concupiscencia que no cesan de llevarnos al mal.»
«En este combate contra la inclinación al
mal ¿quién será lo suficientemente valiente y vigilante para evitar toda herida
del pecado?… Era necesario, pues, que la Iglesia fuese capaz de perdonar los
pecados a todos los penitentes, incluso si hubieran pecado hasta en el último
momento de su vida.» Por medio del sacramento de la penitencia, el bautizado
puede reconciliarse con Dios y con la Iglesia…
No hay ninguna falta por grave que sea que
la Iglesia no pueda perdonar. «No hay nadie, tan perverso y tan culpable, que
no deba esperar con confianza su perdón siempre que su arrepentimiento sea
sincero.» Cristo, que ha muerto por todos los hombres, quiere que en su Iglesia,
estén siempre abiertas las puertas del perdón a cualquiera que vuelva del
pecado.
Catecismo de la Iglesia católica – 976-982
Para rezar
Y sólo ahí,
una vez que has tocado un poquito de suelo,
entonces te das cuenta de que es en ese lugar,
en ese espacio de la fragilidad,
del dolor y de la duda; en ese rincón
en el que te sientes desprotegido y vulnerable,
donde habita tu Dios de la cruz,
del camino, de la pobreza.
Y sólo ahí descubres que Dios siempre está sobre
aviso,
que a veces te quita el dolor y te pone la cena,
aunque en ocasiones tengas que dar la vida, una y mil
veces.
Sólo ahí descubres que al caer estás siendo abrazado,
y que en todo lo que ves se asoma
la imagen de una creación buena;
y que por debajo de todos los ruidos
hay una canción de amor de Dios por el mundo;
y que en muchos roces hay una caricia que despierta la
esperanza…
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