14 de enero de 2017

14 de enero de 2017 – TO – SÁBADO DE LA SEMANA I

He venido a llamar a los pecadores

Lectura de la carta a los Hebreos    4, 12-16

Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo: ella penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.
Ninguna cosa creada escapa a su vista, sino que todo está desnudo y descubierto a los ojos de Aquel a quien debemos rendir cuentas.
Y ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe.
Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado.
Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno. 
Palabra de Dios.

SALMO Sal 19,8.9.10.15. 
R.    Tus palabras Señor son Espíritu y Vida.

La ley del Señor es perfecta,
reconforta el alma;
el testimonio del Señor es verdadero,
da sabiduría al simple. R:

Los preceptos del Señor son rectos,
alegran el corazón;
los mandamientos del Señor son claros,
iluminan los ojos. R:

La palabra del Señor es pura,
permanece para siempre;
los juicios del Señor son la verdad,
enteramente justos. R:

¡Ojalá sean de tu agrado las palabras de mi boca,
y lleguen hasta ti mis pensamientos,
Señor, mi Roca y mi redentor! R:

EVANGELIO 
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 2,13-17.

Jesús salió nuevamente a la orilla del mar; toda la gente acudía allí, y él les enseñaba.
Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. El se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con él y sus discípulos; porque eran muchos los que lo seguían.
Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: “¿Por qué come con publicanos y pecadores?”.
Jesús, que había oído, les dijo: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. 
Palabra del Señor.

Para reflexionar

Los primeros cristianos procedentes del judaísmo profesaban la fe en Cristo, al mismo tiempo que seguían siendo celosos observadores de la Ley. Para ellos, la fe, no era distinta de la religión judía hasta el punto de obligarlos a abandonar sus hábitos. Por eso seguían frecuentando el templo, muchos sacerdotes se hacían discípulos de Cristo sin dejar sus funciones. Pero la persecución de los cristianos por los judíos, obliga a los primeros a alejarse de Jerusalén y de su templo. Estar privados del sacerdocio de la ley y de la posibilidad de sacrificar a Dios, se convierte para ellos en una prueba difícil.
El cristiano no tiene ya necesidad del sacerdocio del templo, porque Jesucristo es su único mediador. Cristo es “heredero de todas las cosas” y está unido al Padre. Cristo es sacerdote y mediador. Cristo representa a la humanidad, porque se ha hecho hombre y la ha asumido en su integridad: ha conocido sus fracasos, ha sufrido sus limitaciones, ha experimentado sus tentaciones. Por otra parte, como Hijo de Dios sentado a la diestra del Padre, es igualmente representativo del mundo divino. Por eso es el perfecto mediador.
El sacrificio, que era el signo de la comunión entre Dios y el hombre, sólo se puede realizar de modo perfecto si la víctima forma parte de ambos mundos, ofreciéndose a sí mismo en toda su humanidad y bajo la influencia del Espíritu de Dios. Esto es lo que hace del sacerdocio y del sacrificio de Cristo un acto único y decisivo.
En Jesús, tenemos al sumo sacerdote por excelencia. Puede compadecerse de nosotros porque se ha acercado hasta las raíces mismas de nuestro ser. Por eso es un buen Pontífice y Mediador, y nos puede ayudar en nuestra tentación y en los momentos de debilidad y fracaso.
***
Roma había organizado sistemáticamente la recaudación de impuestos y tarifas. Un procedimiento ordinario era poner a un recaudador con un grupo de soldados, a la entrada de las ciudades, para cobrar las tarifas de las mercancías que entraban o salían de la ciudad.
Jesús salió de nuevo a orillas del mar y les enseñaba. Esta vez, al pasar, Jesús vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado en la oficina de la Aduana y le dijo: “Sígueme”. El quinto discípulo a quien Jesús llama es un “cobrador de impuestos, un aduanero, un encargado de recaudación pública de Cafarnaúm.
Este hombre se levantó y lo siguió. Con estos dos verbos queda expresada la ruptura de Leví a su habitual estilo de vida, con su pasado de injusticia para seguir a Jesús. Al atardecer Jesús se sienta a la mesa en casa de Mateo y muchos publicanos y pecadores estaban recostados con “El y sus discípulos”. El hecho de que en la comunidad estén juntos los discípulos judíos, gente sin religión, recaudadores, descreídos, pecadores considerados impuros y que están religiosamente discriminados, provoca la protesta de los maestros de la Ley, que pretenden mostrar a los discípulos lo impropio de la conducta de su Maestro.
Los escribas del partido de los fariseos se escandalizan porque Jesús no sólo se atrevía a perdonar pecados; sino que ahora llama a publicanos y además come con ellos. El “grupo de los fariseos” dedicados al conocimiento de la ley y de la tradición, para promover su estricto cumplimiento, insistían en la gravedad de frecuentar a ciertas personas para no comprometer su pureza legal.
Jesús no se deja llevar por las clasificaciones corrientes que en su época originaban la marginación de tantos hombres; y ante la reacción de los fariseos, encerrados en su autosuficiencia y convencidos de ser los perfectos, su palabra es clara y firme: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos porque no he venido a llamar a los “justos”, sino a los “pecadores”.
La casa de Mateo se convierte en figura de la nueva comunidad del Reino, compuesta de dos grupos: el de los discípulos, al que pertenecen los primeros llamados, que procedían del judaísmo, y el grupo de los otros seguidores, muy numerosos, que no proceden de Israel. El centro de la nueva comunidad es Jesús; su espíritu es la unión, amistad y alegría propias de un banquete.
Para el discípulo, en esta lección, queda retratado el amor misericordioso de Dios, manifestado en Cristo Jesús. Llamando a “pecadores”, a los débiles y los enfermos, Jesús revela al Dios gratuito de aquellos que no lo pueden comprar.
Cristo nos ha venido a salvar a nosotros y no nos acepta porque somos perfectos, sino que nos recibe y nos llama a pesar de nuestras debilidades y de la fama que podamos tener. Siempre está latente la tentación de tener los ojos muy abiertos a los defectos de los demás y cerrados a los nuestros. Ubicarnos como jueces y criticar. Vivir la Buena Nueva del reino significa, como Jesús, saber comprender, tolerar, dar un voto de confianza, aceptar a las personas como son y no como quisiéramos que fueran, para ayudarlos a dar pasos adelante, transformando sus vidas. Nos llama: no por nuestros méritos sino por su gran misericordia; y esto no tiene precio porque es de infinito valor.

Para discernir

¿Miramos a los demás con nuevos ojos, después de ver y escuchar a Jesús sentado a la mesa con los pecadores y los publicanos?
¿Estamos dispuestos a estrechar la mano de los más extraños, los más lejanos, los despreciados y segregados de nuestra sociedad?
¿Cuál es mi actitud frente a los pecadores? ¿Me repito a mí mismo la palabra de Jesús?

Repitamos a lo largo de este día

…Me llamas Señor y te sigo…

Para la lectura espiritual

«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos»

…”Dice el apóstol Pablo: «Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo» (Col 3, 9-10)… Ésta ha sido la obra que Cristo llevó a cabo llamando a Leví; le ha devuelto su verdadero rostro y ha hecho de él un hombre nuevo. Es también por este título de hombre nuevo que el antiguo publicano ofrece a Cristo un banquete, porque Cristo se complace en él y merece tener su parte de felicidad estando con Cristo… Desde aquel momento le siguió feliz, alegre, desbordante de gozo.
«Ya no me comporto como un publicano, decía; ya no soy el viejo Leví; me he despojado de Leví revistiéndome de Cristo. Huyó de mi vida primera; sólo quiero seguirte a ti, Señor Jesús, que curas mis heridas. ¿Quién me separará del amor de Dios que hay en ti? ¿la tribulación? ¿la angustia? ¿el hambre? (Rm 8,35). Estoy unido a ti por la fe como si fuera con clavos, me has sujetado con las buenas trabas del amor. Todos tus mandatos serán como un cauterio que llevaré aplicado sobre mi herida; el remedio muerde, pero quita la infección de la úlcera. Corta, Señor, con tu espada poderosa la podredumbre de mis pecados; ven pronto a cortar las pasiones escondidas, secretas, variadas. Purifica cualquier infección con el baño nuevo.
«Escuchadme, hombres pegados a la tierra, los que tenéis el pensamiento embotado por vuestros pecados. También yo, Leví, estaba herido por pasiones semejantes. Pero he encontrado a un médico que habita en el cielo y que derrama sus remedios sobre la tierra. Sólo él puede curar mis heridas porque él no tiene esas heridas; sólo él puede quitar al corazón su dolor y al alma su languidez, porque conoce todo lo que está escondido”… 
San Ambrosio (hacia 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia – Comentario a Lucas, 5, 23.27

Para rezar

Señor, el día empieza.
Como siempre, postrados a tus pies,
la luz del día queremos esperar.
Eres la fuerza
que tenemos los débiles, nosotros.

Padre nuestro
que en los cielos estás,
haz a los hombres iguales;
que ninguno se avergüence de los demás;
que todos al que gime den consuelo;
que todos al que sufre del hambre la tortura,
le regalen en rica mesa de manteles blancos
con blanco pan y generoso vino;
que no luchen jamás;
que nunca emerjan
entre las áureas mieses de la historia,
sangrientas amapolas, las batallas.

Luz, Señor,
que ilumine las campiñas y las ciudades;
que a los hombres todos,
en sus destellos mágicos,
envuelva luz inmortal;
Señor, luz de los cielos,
fuente del amor y causa de la vida
.

Liturgia de las Horas


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