2 de febrero de 2017

2 de febrero de 2017 – TO – JUEVES DE LA SEMANA IV

2 de febrero – La Presentación del Señor (F)

Mis ojos han visto a tu Salvador

Lectura del Libro de Malaquías 3, 1-4

Así dice el Señor: “Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Miradlo entrar -dice el Señor de los ejércitos-. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y a oro refinará a los hijos de Leví, y presentarán al Señor la ofrenda como es debido. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos.” 
Palabra de Dios

SALMO Sal 23, 7-10 
R: El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria. R.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra. R.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria. R.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria. R.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 22-40 

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: “Todo primogénito varón será consagrado al Señor”, y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones.”
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.” Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: “Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.”
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba. 
Palabra del Señor

Para reflexionar

Jesús se hace solidario de nuestras debilidades, dolores y angustias; Él es de nuestra “carne y sangre”, hermano nuestro, y por eso su muerte y sus dolores nos salvan y liberan.
El proyecto salvador de Dios se encarna en una historia concreta. Maria, como hacían todas las mujeres israelitas, va a cumplir los ritos de la purificación, obligatorios para las que acababan de dar a luz. Toda madre, al tener un hijo, quedaba legalmente “impura”, y tenía que ser declarada “pura” en el templo por un sacerdote.
Además, todo primogénito pertenecia a Dios. Los primeros nacidos de los animales eran sacrificados; el primer hijo de cada familia era rescatado por medio de una ofrenda. La ofrenda que presentan los padres de Jesús para rescatarlo es la de los pobres: “un par de tórtolas o dos pichones”. Los ricos presentaban animales más grandes y más caros.
Para María, la presentación y ofrenda de su hijo fue un acto de ofrecimiento verdadero y consciente. Significaba que ella ofrecía a su hijo para la obra de la redención con la que él estaba comprometido desde un principio. Ella renunciaba a sus derechos maternales y a toda pretensión sobre él; y lo ofrecía a la voluntad del Padre.
También, al poner María a su hijo en los brazos de Simeón queda simbolizado que ella no lo ofrece exclusivamente al Padre, sino también al mundo, representado por aquel anciano.
Simeón es un profeta; el Espíritu Santo actúa y abre los ojos de este anciano, que descubre en el hijo de María, “el consuelo de Israel“. Iluminado por el mismo Espíritu intuye, a través de los signos de pobreza,la gran realidad presente en Jesús: la salvación y liberación de Israel. También está allí la anciana Ana: mujer llena de verdadera religiosidad que esperaba que todo cambiara un día. Ella alaba a Dios y habla a todos de aquel Niño, que es la liberación de Israel y de todas las naciones.
El cántico que se coloca en boca de Simeón habla de Jesús como el “Salvador” para “todos los pueblos”, “luz” de “las naciones” y “gloria de Israel”. El pequeño hijo de María llegará a ser el salvador del mundo, el mensajero de la buena noticia para todos, el hacedor de la paz mesiánica que procede de Dios. Solamente que el camino no será fácil; las palabras de Simeón dirigidas a María anticipan el rechazo que sufrirá Jesús por parte de las autoridades de su pueblo, la contradicción de su mensaje con los poderes de la ambición, el orgullo y la guerra. La espada que atravesará el alma de María simboliza su participación en el destino de su Hijo. Destino de salvación
para los pueblos, pasando por el dolor y la muerte a la gloria de la resurrección.
El amor de Dios es, sobre todo, liberador: hace personas libres, por eso Jesús es la “luz” que no sólo ayuda a caminar, sino la luz que salva, que guía por un camino que conduce a la vida. Por eso se llama “Salvador”.
Es “gloria”. En lenguaje bíblico significa la manifestación del mismo Dios. Jesús es la “gloria de Israel”, porque es la máxima manifestación del amor de Dios por su pueblo. El Niño provocará la caída de unos y la elevación de otros; unos avanzarán con El hacia la plena liberación, otros se hundirán en egoísmos y conformismos estériles. La vida de Jesús dará fe de ello. Y la historia, hasta hoy, también.
Dios ha dicho su última palabra en Jesús; y el Hijo de Dios dará su respuesta en la cruz. La victoria del Mesías nacerá de su derrota. La vida llega por la muerte, y en ese camino quedan al descubierto los pensamientos y los intereses de muchos corazones. La decisión que se tome ante la señal que es Jesús, descubre las profundidades ocultas de los sentimientos humanos, lo que hay dentro de cada corazón.
Ser creyente es ser peregrino, caminar en la incertidumbre y en la inseguridad, caminar de sorpresa en sorpresa. El amor de Dios es exigente, siempre está empujando para que los hombres crezcamos y maduremos. Pero también es luz, se hace claridad en el andar.
Los cristianos, que celebramos la fiesta de la presentación de Jesús en el Templo, tenemos una llamada a asumir nuestro compromiso de fe: recibir a Jesús en nuestras vidas con la alegría y la esperanza con que lo recibieron Simeón y Ana, aunque esto signifique dejar de lado el orgullo, vencer el egoísmo para poder abrirnos al amor y a la misericordia que Jesús nos trae. Y habiendo sido iluminados por Jesús presentarlo a los demás, como María y José, sabiendo que Él es salvación, luz y paz para todos.

Para discernir

¿Anhelo el encuentro con Jesús y su salvación?
¿Busco momentos para salir a su encuentro?
¿Soy luz delante de mis hermanos?

Repitamos a lo largo de este día

…Celebro el encuentro contigo en mis hermanos…

Para la lectura espiritual

«Mis ojos han visto a tu Salvador»

…”Ahí tenéis, hermanos míos, entre las manos de Simeón, un cirio encendido. También vosotros, encended en esta lámpara vuestros cirios, quiero decir estas lámparas que el Señor os ordena tener en vuestras manos (Lc 12,35). «Acercaos a él y quedaréis iluminados» (Sl 33,6) de manera que vosotros mismos seáis más que portadores de unas lámparas: unas luces que alumbren vuestro interior y también al exterior de vosotros mismos y a vuestros prójimos.
¡Qué tengáis una lámpara en vuestro corazón, en vuestra mano, en vuestra boca! Que la lámpara que tenéis en vuestro corazón brille para vosotros mismos, que la lámpara que tenéis en vuestra mano y en vuestra boca brille para vuestro prójimo. La lámpara de vuestro corazón es la devoción que inspira la fe; la lámpara de vuestra mano, el ejemplo de las buenas obras; la lámpara de vuestra boca, la palabra que edifica. Porque no debemos contentarnos con ser unas luces a los ojos de los hombres gracias a nuestros actos y a nuestras palabras, sino que nos es necesario brillar incluso delante de los ángeles por nuestra oración, y delante de Dios por nuestra intención. Nuestra lámpara delante de los ángeles es la pureza de nuestra devoción que nos impulsa a cantar recogidamente o a orar con fervor en su presencia. Nuestra lámpara delante de Dios, es la sincera resolución de dar gusto únicamente a aquel ante el cual hemos encontrado gracia…
A fin de que brillen todas estas lámparas, dejaos iluminar, hermanos míos, acercándoos al que es la fuente de la luz, quiero decir a Jesús que brilla en las manos de Simeón. Él quiere, ciertamente, iluminar vuestra fe, hacer que resplandezcan vuestras obras, inspiraros la palabra justa para decir a los hombres, llenar de fervor vuestra oración y purificar vuestra intención… Y cuando la lámpara de esta vida se apagará…, veréis la luz de la vida que no se apagará jamás elevarse y subir por la tarde como si fuera en pleno esplendor de mediodía”…
 
Beato Guerrico de Igny (hacia 1080-1157), abad cisterciense
1er sermón para la Purificación de la Virgen María, 2.3.5; PL 185, 64-65

Para rezar

Oración a Nuestra Señora de la Candelaria

Nuestra Señora de la Candelaria,
Madre de la Luz, un día en el Templo
nos mostraste a Jesús, nuestro Salvador.
Hoy venimos a Vos,
nosotros que muchas veces caminamos en tinieblas
porque sabemos que seguís mostrándolo
a todo hombre que abre su corazón.
Danos la luz de la Fe que nos ayude
a seguir los pasos de tu Hijo.
Danos la luz de la Esperanza para vivir
el Evangelio a pesar de las dificultades.
Danos la luz del Amor para reconocer y servir
a Cristo que vive en los hermanos.
Danos la luz de la Verdad para descubrir
el mal que nos esclaviza y rechazarlo.
Danos la luz de la Alegría para ser testigos
de la Vida Nueva que Dios nos ofrece.
Madre buena de la Luz, tomanos de la mano,
iluminá nuestro camino, mostranos a Jesús. Así sea.

Comentario sobre la fiesta

A esta fiesta se la llamaba antes del Concilio: la Candelaria o Fiesta de la Purificación de la Virgen. Venía considerada como una de las fiestas importantes de Nuestra Señora. Lo más llamativo era la procesión de las candelas. De ahí el nombre de .
Esta fiesta había sido importada de Oriente. Su nombre original -hypapante-, de origen griego, así lo indica. Esa palabra, que significa , nos desvela el sentido original de esa fiesta: es la celebración del encuentro con el Señor, de su presentación en el templo y de la manifestación del día cuarenta. Los más antiguos libros litúrgicos romanos aún siguieron conservando durante algún tiempo el nombre original griego para denominar esta fiesta.
El nombre de fiesta de la Purificación de María, recordaba la prescripción de Moisés, que leemos en levítico 12, 1-8. Con la reforma del Concilio Vaticano II se le cambió de nombre, poniendo al centro del acontecimiento al Niño Dios, que es presentado al Templo, conforme a la prescripción que leemos en Ex 13, 1-12. Naturalmente, con el cambio del nombre se quiso borrar la presencia de María, sino ponerla en segundo lugar, después del Señor. El Evangelio de San Lucas (2, 22-38) funde dos prescripciones legales distintas: la purificación de la Madre y a la consagración del primogénito.
En esta celebración la Iglesia da mayor realce al ofrecimiento que María y José hacen de Jesús. Ellos reconocen que este niño es propiedad de Dios y salvación para todos los pueblos.

La bendición de las velas es un símbolo de la luz de Cristo que los asistentes se llevan consigo. Prender estas velas o veladoras en algunos momentos particulares de la vida, no tiene que interpretarse como un fenómeno mágico, sino como un ponerse simbólicamente ante la luz de Cristo que disipa las tinieblas del pecado y de la muerte.

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