7 de julio de
2017 – TO – VIERNES
DE LA XIII SEMANA
No quiero
sacrificios sino misericordia
Lectura del libro del
Génesis
23, 1-4; 24,
1-12.15-16.23-25.32-34.37-38.57-59.61-67
Sara vivió ciento veintisiete años, y
murió en Quiriat Arbá -actualmente Hebrón- en la tierra de Canaán. Abraham
estuvo de duelo por Sara y lloró su muerte.
Después se retiró del lugar donde estaba
el cadáver, y dijo a los descendientes de Het: «Aunque yo no soy más que un
extranjero residente entre ustedes, cédanme en propiedad alguno de sus
sepulcros, para que pueda retirar el cadáver de mi esposa y darle sepultura.
Abraham ya era un anciano de edad
avanzada, y el Señor lo había bendecido en todo. Entonces dijo al servidor más
antiguo de su casa, el que le administraba todos los bienes: «Coloca tu mano
debajo de mi muslo, y júrame por el Señor, Dios del cielo y de la tierra, que
no buscarás una esposa para mi hijo entre las hijas de los cananeos, con los
que estoy viviendo, sino que irás a mi país natal, y de allí traerás una esposa
para Isaac.»
El servidor le dijo: «Si la mujer no
quiere venir conmigo a esta tierra, ¿debo hacer que tu hijo regrese al país de
donde saliste?»
«Cuídate muy bien de llevar allí a mi
hijo», replicó Abraham. «El Señor, Dios del cielo, que me sacó de mi casa
paterna y de mi país natal, y me prometió solemnemente dar esta tierra a mis
descendientes, enviará su Angel delante de ti, a fin de que puedas traer de
allí una esposa para mi hijo. Si la mujer no quiere seguirte, quedarás libre
del juramento que me haces; pero no lleves allí a mi hijo.»
Entretanto, Isaac había vuelto de las
cercanías del pozo de Lajai Roí, porque estaba radicado en la región del
Négueb. Al atardecer salió a caminar por el campo, y vio venir unos camellos.
Cuando Rebeca vio a Isaac, bajó del camello y preguntó al servidor: « ¿Quién es
ese hombre que viene hacia nosotros por el campo?»
«Es mi señor», respondió el servidor.
Entonces ella tomó su velo y se cubrió.
El servidor contó a Isaac todas las cosas
que había hecho, y este hizo entrar a Rebeca en su carpa. Isaac se casó con
ella y la amó. Así encontró un consuelo después de la muerte de su madre.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 105, 1-2.
3-4a. 4b-5 (R.: 1a)
R. ¡Den gracias al
Señor, porque es bueno!
¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
¿Quién puede hablar de las proezas del
Señor
y proclamar todas sus alabanzas? R.
¡Felices los que proceden con rectitud,
los que practican la justicia en todo
tiempo!
Acuérdate de mí, Señor,
por el amor que tienes a tu pueblo. R.
Visítame con tu salvación,
para que vea la felicidad de tus elegidos,
para que me alegre con la alegría de tu
nación
y me gloríe con el pueblo de tu herencia.
R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 9,
9-13
Jesús, al pasar, vio a un hombre llamado
Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo:
«Sígueme.» El se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en la casa,
acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus
discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: « ¿Por qué su
Maestro come con publicanos y pecadores?»
Jesús, que había oído, respondió: «No son
los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y
aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no
he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»
Palabra del Señor.
Para
reflexionar
Sara, la mujer de Abraham, murió. Es un
luto familiar. Un «acontecimiento» corriente en todas las familias. Abraham
como hombre de Fe transformará ese episodio en un acto profético, en el sentido
del Futuro prometido por Dios. Abraham, siendo nómada, compra una parcela de
tierra, para enterrar dignamente a su esposa. Es el primer paso hacia la
posesión de la tierra prometida por Dios.
Abraham es ya muy anciano y su muerte está
muy próxima. Hace jurar a su servidor Eliezer, que encontrará una mujer para su
hijo que no sea cananea. El juramento en contacto con el miembro viril es muy
antiguo. Queda excluida terminantemente la posibilidad de que Isaac vuelva a la
tierra nativa de Abrahán, ya que el plan de Dios y el camino de salvación
emprendido por Abrahán no admiten marcha atrás. Según costumbre de aquel
tiempo, la esposa debe pertenecer al mismo clan; los israelitas no se casaban
con una extranjera, porque la transmisión de la Fe y de la Promesa están en
juego.
Isaac es un hombre del desierto. A la
caída de la tarde ve llegar una caravana de camellos. Rebeca monta uno de
ellos. Salta de su camello y pregunta a su servidor por ese joven que sale al
encuentro» Luego enrojece y cubre el rostro con su velo.
Los dos relatos, están explícitamente en
relación el uno con el otro. Queda de manifiesto la importancia de las mujeres
en una cierta transmisión de la herencia humana y de la herencia de la fe. La
esposa de Isaac relevará a su propia madre. Transmitir la vida no es tan sólo
dar la vida biológica, sino la vida del espíritu.
***
El evangelio intercala la llamada de
Mateo, una escena de vocación apostólica. Es el mismo a quien llaman Leví y al
que se atribuye uno de los cuatro evangelios.
El plan de Dios llevado a cabo en
Jesucristo es contrario al plan de Dios que habían imaginado los judíos. Jesús
planteó todo lo contrario a lo que el pueblo de Israel había creído acerca de
Dios. Para los judíos, sólo los de su raza, más aún, sólo los hombres y los
justificados por la ley merecían el amor de Dios. Se olvidaron que si Dios los
amaba era por pura gracia y no porque lo merecieran.
Jesús propone a todos el Reino de Dios.
Dios no se limita sólo a los hombres y a los judíos puros, Jesús presenta el
amor de Dios a las mujeres, a todos los que la ley consideraba impuros; a los
despreciados y desprotegidos. Por eso, significativamente elige a un recaudador
de impuestos al servicio de la potencia ocupante, Roma, y, como publicano, con
muy mala fama entre el pueblo. Jesús le da un voto de confianza, sin pedirle
confesión pública de conversión.
Mateo, dejándolo todo, lo sigue
inmediatamente. Seguir a Jesús es dejar todo atrás. Es cargar con el pasado pero
no como condena sino como lugar de encuentro con la gracia salvadora y escuela
para una vida nueva hacia delante liberado de la esclavitud del pecado.
Mateo le ofrece en su casa una comida de
agasajo a la que también invita a otros publicanos, con gran escándalo para los
«creídos por buenos». Para el legalismo judío la mesa es el lugar donde sólo se
podían sentar los que eran puros según el legalismo judío.
Jesús con su actitud declara que la
misericordia de Dios es abundante y es para todos. Se pone así de manifiesto la
preferencia del Dios de Jesús por todos aquellos que aparecen desfavorecidos en
la estructura religiosa de la época: publicanos y pecadores. Ellos son,
particularmente, destinatarios de la gracia salvadora que trae Jesús.
La necesidad humana es la circunstancia
determinante de la iniciativa divina. Esta será la ocasión para que Jesús pueda
expresar abiertamente su intención: «no he venido a llamar a los justos, sino a
los pecadores».
Jesús pone, por encima de la mera
observancia externa y del culto la misericordia y la compasión. Así como
aparece la cercanía de Jesús hacia los pecadores, al mismo tiempo se enfrenta y
ataca la justicia autosuficiente e inmisericorde de los fariseos. No tienen
curación posible los que no se reconocen enfermos y buscan al médico.
Jesús curando a los enfermos, al
paralítico, quiere simbolizar que es el “medico” que sana la enfermedad del
pecado, que es la más profunda. Los caminos de Dios no son los nuestros. El
estilo de Dios en su elección y amor no es el nuestro. El juicio de Dios sobre
las personas y sus actitudes no es como el nuestro.
La existencia de los excluidos en la
Iglesia o en cualquier otra institución religiosa es el termómetro para
determinar si se está en comunión con el querer salvador de Dios. El reino es
gracia, don, invitación amorosa y persuasiva. Jesús no es el premio por buena
conducta que Dios nos ofrece: es el médico que necesitan los enfermos, es el
perdón y la gracia que buscan los que se saben pecadores.
Para
discernir
¿De qué grupo formo parte, del de las
personas perfectas o del de los que se reconocen sinceramente necesitados?
¿Me siento justo frente a los demás?
¿Juzgo con facilidad?
¿Juzgo con facilidad?
¿Me siento merecedor de Dios?
Para rezar
¡Qué alegría!
JESUCRISTO:
¡Qué alegría!
saber que estás de mi parte,
haga lo que haga,
Jesucristo, por tu amor.
¡Qué alegría!
sentir que me aceptas como soy,
y que no necesitas que me justifique,
Jesucristo, por tu amor.
¡Qué alegría!
comprobar tu fidelidad inagotable,
inamovible como la Roca,
Jesucristo, por tu amor.
¡Qué alegría! poder decirte “Te quiero”,
y tú creértelo a pesar de todo,
Jesucristo, por tu amor.
¡Qué alegría!
hacer contigo de la vida una historia de amor,
hecha de holas y adioses,
por tu amor.
¡Qué alegría!
descubrir que otros te aman y que Tú les amas,
y saber que sus amores,
como el mío te son imprescindibles,
Jesucristo, por tu amor.
¡Qué alegría!
poder regalarte algo
de todo lo que tú me has dado antes,
Jesucristo, por tu amor.
¡Qué alegría!
tenerlo todo en Ti,
no teniendo yo nada,
Jesucristo, por tu amor.
¡Qué alegría me da Señor,
que me quieras tanto!
Jesucristo, por tu amor.
JESUCRISTO:
¡Qué alegría!
saber que estás de mi parte,
haga lo que haga,
Jesucristo, por tu amor.
¡Qué alegría!
sentir que me aceptas como soy,
y que no necesitas que me justifique,
Jesucristo, por tu amor.
¡Qué alegría!
comprobar tu fidelidad inagotable,
inamovible como la Roca,
Jesucristo, por tu amor.
¡Qué alegría! poder decirte “Te quiero”,
y tú creértelo a pesar de todo,
Jesucristo, por tu amor.
¡Qué alegría!
hacer contigo de la vida una historia de amor,
hecha de holas y adioses,
por tu amor.
¡Qué alegría!
descubrir que otros te aman y que Tú les amas,
y saber que sus amores,
como el mío te son imprescindibles,
Jesucristo, por tu amor.
¡Qué alegría!
poder regalarte algo
de todo lo que tú me has dado antes,
Jesucristo, por tu amor.
¡Qué alegría!
tenerlo todo en Ti,
no teniendo yo nada,
Jesucristo, por tu amor.
¡Qué alegría me da Señor,
que me quieras tanto!
Jesucristo, por tu amor.
Padre José María Garbayo
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