18
de agosto de 2017 – TO – VIERNES DE
LA XIX SEMANA
Serán una sola carne
Lectura del libro de
Josué 24, 1-13
Josué reunió en Siquém a todas las tribus
de Israel, y convocó a los ancianos delante del Señor. Entonces Josué dijo a
todo el pueblo:
«Así habla el Señor, el Dios de Israel:
Sus antepasados, Téraj, el padre de Abraham y Najor, vivían desde tiempos
antiguos al otro lado del Río, y servían a otros dioses. Pero yo tomé a
Abraham, el padre de ustedes, del otro lado del Río, y le hice recorrer todo el
país de Canaán. Multipliqué su descendencia, y le di como hijo a Isaac. A Isaac
lo hice padre de Jacob y de Esaú. A Esaú le di en posesión la montaña de Seir,
mientras que Jacob y sus hijos bajaron a Egipto.
Luego envié a Moisés y a Aarón, y castigué
a Egipto con los prodigios que realicé en medio de ellos. Después los hice
salir de Egipto, a ustedes y a sus padres, y ustedes llegaron al mar. Los
egipcios persiguieron a sus padres, con carros y guerreros, hasta el Mar Rojo.
Pero ellos pidieron auxilio al Señor: él interpuso una densa oscuridad entre
ustedes y los egipcios, y envió contra ellos el mar, que los cubrió. Ustedes
vieron con sus propios ojos lo que hice en Egipto. Luego permanecieron en el
desierto durante largo tiempo, y después los introduje en el país de los
amorreos, que habitaban al otro lado del Jordán. Cuando ellos les hicieron la
guerra, yo los entregué en sus manos, y así pudieron tomar posesión de su país,
porque los exterminé delante de ustedes. Entonces Balac -hijo de Sipor, rey de
Moab- se levantó para combatir contra Israel, y mandó llamar a Balaam, hijo de
Beor, para que los maldijera. Pero yo no quise escuchar a Balaam, y él tuvo que
bendecirlos. Así los libré de su mano.
Después ustedes cruzaron el Jordán y
llegaron a Jericó. La gente de Jericó les hizo la guerra, y lo mismo hicieron
los amorreos, los perizitas, los cananeos, los hititas, los guirgasitas, los
jivitas y los jebuseos; pero yo los entregué en sus manos. Hice cundir delante
de ustedes el pánico, que puso en fuga a toda esa gente y a los dos reyes
amorreos. Esto no se lo debes ni a tu espada ni a tu arco. Así les di una
tierra que no cultivaron, y ciudades que no edificaron, donde ahora habitan; y
ustedes comen los frutos de viñas y olivares que no plantaron.»
Palabra de Dios.
SALMO Sal 135, 1-3.
16-18. 21-22 y 24
¡Den gracias al Señor, porque es bueno!
¡Porque es eterno su amor!
¡Den gracias al Dios de los dioses!
¡Den gracias al Señor de los señores!
Al que guió a su pueblo por el desierto.
Al que derrotó a reyes poderosos. R.
Y dio muerte a reyes temibles.
Al que dio sus territorios en herencia.
Y nos libró de nuestros opresores. R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Mateo 19, 3-12
Se acercaron a él algunos fariseos y, para
ponerlo a prueba, le dijeron: « ¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer
por cualquier motivo?»
El respondió: « ¿No han leído ustedes que
el Creador, desde el principio, los hizo varón y mujer; y que dijo: Por eso, el
hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos no
serán sino una sola carne? De manera que ya no son dos, sino una sola carne.
Que el hombre no separe lo que Dios ha unido.»
Le replicaron: «Entonces, ¿por qué Moisés
prescribió entregar una declaración de divorcio cuando uno se separa?»
El les dijo: «Moisés les permitió
divorciarse de su mujer, debido a la dureza del corazón de ustedes, pero al
principio no era así. Por lo tanto, yo les digo: El que se divorcia de su
mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete adulterio.»
Los discípulos le dijeron: «Si esta es la
situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse.» Y él les
respondió: «No todos entienden este lenguaje, sino sólo aquellos a quienes se
les ha concedido. En efecto, algunos no se casan, porque nacieron impotentes
del seno de su madre; otros, porque fueron castrados por los hombres; y hay
otros que decidieron no casarse a causa del Reino de los Cielos. ¡El que pueda
entender, que entienda!»
Palabra del Señor.
Para reflexionar
Las tribus que se reúnen en Siquem son
clanes instalados en Palestina desde la época de los patriarcas, antes de
Josué, después de haber estado en el extranjero.
La “casa de José” fue el último clan
llegado a la tierra de sus antepasados, bajo la dirección de Moisés y luego de
Josué. La unificación de las diversas razas no se hizo en un día. Miles de
veces fue necesario renovar la Alianza tan solemnemente pactada en el Sinaí.
Este último grupo resultó ser muy pronto el más importante o, por lo menos, el
más organizado y el más capacitado para reunir en torno a sí a las demás
tribus, y para reducir toda la historia del pueblo a la suya propia, a su éxodo
y a su alianza.
Josué reunió a todas las tribus de Israel
en Siquem. Llamó a los ancianos, a sus jefes, jueces y a los comisarios. Juntos
se situaron en presencia de Dios. Este relato se ha llamado “la gran asamblea
de Siquem”, ilustra de forma interesante el contenido de la alianza, que no se
reduce, en primer término, al hecho de un Dios que reconoce a un pueblo o de un
pueblo ya constituido que reconoce a su Dios. Es la constitución de un pueblo
en torno a una fe común y a un culto común.
Israel nació política y culturalmente en
el momento en que reconoció a su Dios. Así es como en Siquem, el Dios de la
casa de José, se convirtió en Dios de todas las tribus y las tradiciones de
cada clan se fusionaron para constituir la ley de la alianza.
Los hebreos son “elegidos” en cuanto
pueblo, y su comportamiento como nación es lo que preside la alianza religiosa.
El signo, mediante el cual las tribus aceptan realmente las condiciones de la
alianza, será el abandono de los falsos ídolos: toda alianza supone, pues, una
conversión, y ésta supone el abandono de los antiguos dioses de Mesopotamia,
adorados por los antepasados de Abraham y de los dioses cananeos conocidos por
las tribus que se quedaron en Palestina.
La alianza no es tan sólo un tipo de
relaciones entre Dios y unos hombres individuales; es más exactamente, la
solidaridad que los hombres encuentran entre sí debido a que sirven al mismo
Dios.
***
Jesús en su camino a Jerusalén, terminado
ya el «discurso eclesial o comunitario», da unas recomendaciones: esta vez es
la tan controvertida cuestión del divorcio.
La pregunta no es acerca de la licitud del
divorcio, que era algo admitido. Sino sobre cuál de las dos interpretaciones de
la ley era más correcta: la de algunos maestros como Hillel, que multiplicaban
los motivos para que el marido pudiera pedir el divorcio, no así la mujer; o la
de la escuela de Shammai, que sólo lo admitía en casos extremos, por ejemplo el
adulterio.
En la sociedad judía de la época, los
varones tenían todas las ventajas, eran los propietarios de la tierra, de los
bienes y de sus esposas. Podían despedirlas cuando quisieran y, muchas veces,
sin causa justa. Estas mujeres quedaban entonces en la más absoluta pobreza y
corrían el peligro, si no se casaban pronto, de perder toda su dignidad.
Con esta realidad como contexto, los
fariseos se acercan de nuevo a Jesús para ponerlo a prueba en el conocimiento
de la ley, y obtener una declaración contra la ley de Moisés.
Del mismo modo que lo hace con el tema del
perdón, Jesús deja aparte la casuística y reafirma la indisolubilidad del
matrimonio, recordándoles el proyecto de Dios: “ya no son dos, sino una sola
carne: así pues, que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. Y así, negando
el divorcio, Jesús restablece la dignidad de la mujer, que no puede ser tratada
como un objeto o desde una perspectiva interesada.
Esta respuesta de Jesús, da un paso más
allá de la ley y rescata el valor de las personas creadas por Dios y hechas a
imagen suya.
El hombre y la mujer se dan el uno al
otro, ya no son más que una sola carne, con el mismo impulso, la misma ternura
de Dios cuando se da, cuando se entrega a su criatura.
La reacción de los discípulos evidencia
las dificultades que engendra la ley de la indisolubilidad. Jesús con su
respuesta evidencia que esta indisolubilidad no se fundamenta en normas
humanas; es el reflejo de un don de Dios. El hombre y la mujer se dan el uno al
otro por medio de Cristo, al mismo tiempo que se dan por amor. Esto es posible
y sólo tiene sentido en la fe; es imposible para el hombre y la mujer
abandonados a sus propias fuerzas.
El matrimonio, desde la perspectiva del
reino, es el rostro de Cristo que entrega su vida por la Iglesia, y esto es una
gracia, un don de Dios que se da en el hombre y la mujer cuando viven entre sí
el amor y el perdón, que Dios es el primero en testimoniarles.
Los discípulos protestan contra tal rigorismo:
en esas condiciones, el matrimonio no es ventajoso. Jesús ante lo que acaban de
decir les quiere hacer entender que la fidelidad estable vale igualmente para
los que han optado por otro camino; tal como dedicarse total y absolutamente al
trabajo por el reino de Dios.
Jesús afirma que renunciar al matrimonio
no es posible para todo hombre; hace falta un don especial para ello. El
celibato es un don de Dios que debe estar al servicio del Reino, de lo
contrario, es simplemente una soltería mal empleada.
Los discípulos del Señor desde la vida
matrimonial, o desde la vida consagrada al servicio del reino, deben ser un
resplandor de la fidelidad y del amor de Dios por su pueblo.
Para discernir
¿Reconocemos en el amor fiel y generoso
una manifestación del amor de Dios?
¿Cuál es nuestra actitud ante las pruebas
por las que tiene que pasar el amor?
¿Vivimos en el interior de nuestras
familias los valores de la justicia y el respeto?
Repitamos a lo largo de este día
…Necesitamos tu gracia Señor…
Para la lectura espiritual
Misal Romano – Bendición de los esposos en la
celebración del matrimonio
«De modo que ya no son dos, sino una sola carne»
Señor Dios nuestro,
Que para revelar tus designios
quisiste que el amor del hombre y la mujer
fuera signo de la alianza
que estableciste con tu pueblo,
y que la unión de los esposos n el sacramento del
matrimonio
manifestara las bodas de Cristo con la Iglesia. (Ef
5,32).
Extiende tu mano protectora sobre estos hijos tuyos N.
y N.
Que a lo largo de la vida común,
santificada por este sacramento,
se comuniquen los dones de tu amor;
y que siendo el uno para el otro signo de tu
presencia,
sean en verdad un solo corazón y un solo espíritu.
Concédeles, Señor,
mantener con su trabajo la vida de su hogar,
y educar a sus hijos según el Evangelio,
para que formen parte de tu familia santa.
Colma de bendiciones a tu hija N. (la esposa),
para que pueda cumplir sus deberes de esposa y madre,
y sea el alma y la alegría del hogar.
Bendice también a tu hijo N, (el esposo),
para que cumpla su misión de esposo fiel
y padre solícito.
Concede, Padre Santo,
a quienes se han unido ante ti
y desean acercarse a tu mesa,
participar un día en la alegría del banquete eterno.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Para rezar
Oración del matrimonio
Señor, nuestro Dios,
te bendecimos
por tomar en tu mano
nuestro amor.
Ayúdanos a cumplir
nuestra misión,
ven a compartir
nuestra vida.
Ayúdanos
a formar a nuestros hijos, a ser testigos de tu amor,
en nuestra familia
y en la comunidad.
Danos fuerzas
en los desalientos.
comparte nuestras alegrías.
Señor, bendice nuestro amor. Amén
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