21 de octubre de 2017

21 de octubre de 2017 – TO – SÁBADO DE LA XXVIII SEMANA

El Espíritu les enseñará lo que deban decir

Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de Roma    4, 13. 16-18

Hermanos:
La promesa de recibir el mundo en herencia, hecha a Abraham y a su posteridad, no le fue concedida en virtud de la Ley, sino por la justicia que procede de la fe. Por eso, la herencia se obtiene por medio de la fe, a fin de que esa herencia sea gratuita y la promesa quede asegurada para todos los descendientes de Abraham, no sólo los que lo son por la Ley, sino también los que lo son por la fe. Porque él es nuestro padre común como dice la Escritura: Te he constituido padre de muchas naciones. Abraham es nuestro padre a los ojos de aquel en quien creyó: el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen.
Esperando contra toda esperanza, Abraham creyó y llegó a ser padre de muchas naciones, como se le había anunciado: Así será tu descendencia. 
Palabra de Dios.

SALMO    Sal 104, 6-7. 8-9. 42-43 (R.: 8a) 
R.    El Señor se acuerda eternamente de su alianza.

Descendientes de Abraham, su servidor,
hijos de Jacob, su elegido:
el Señor es nuestro Dios,
en toda la tierra rigen sus decretos. R.

El se acuerda eternamente de su alianza,
de la palabra que dio por mil generaciones,
del pacto que selló con Abraham,
del juramento que hizo a Isaac. R.

El se acordó de la palabra sagrada,
que había dado a Abraham, su servidor,
e hizo salir a su pueblo con alegría,
a sus elegidos, entre cantos de triunfo. R.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Lucas    12, 8-12

Jesús dijo a sus discípulos:
«Les aseguro que aquel que me reconozca abiertamente delante de los hombres, el Hijo del hombre lo reconocerá ante los ángeles de Dios. Pero el que no me reconozca delante de los hombres, no será reconocido ante los ángeles de Dios.
Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará.
Cuando los lleven ante las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir, porque el Espíritu Santo les enseñará en ese momento lo que deban decir.» 
Palabra del Señor.

Para reflexionar

Pablo contrapone de nuevo con el ejemplo de Abrahán, “fe y obras”. También Abraham era un pecador, pero creyó en esa promesa. Creyó en lo imposible.
Pablo contrapone la fe en Cristo con la obstinación espiritual en la observancia de la ley de Moisés como causa de la salvación.
La ley es buena. Pero no es la ley la que salva. “Todo es gracia”, don de Dios, para Abrahán y para nosotros. Esto no quiere decir que no tenemos que actuar y obrar el bien.
Tanto en nuestra vida espiritual como en nuestro trabajo apostólico, no tenemos que apoyarnos tanto en nuestros propios talentos y recursos, sino en la gracia y la fuerza salvadora de Dios.
Pablo dice que la fe, justifica mejor que las obras de la ley; porque la fe se apoya en la aceptación de Dios, que sale al encuentro del hombre. El secreto de la justificación se encuentra en Dios, que viene al hombre con una promesa, con un don gratuito. Por esa razón las obras de la ley son inútiles, porque el hombre cree que puede conseguir por sus propios medios lo que es un don.
Es necesario haber encontrado al Dios vivo, y haberse apoyado en su fidelidad, para presentir que la salvación esperada pertenece al orden de la promesa, es decir, al orden del amor.
***
Jesús continúa la instrucción tanto a sus discípulos de modo particular, como a la gente en general en su subida a Jerusalén. Esta vez lo hará mostrando la radicalidad que implica el seguimiento. Optar por Jesús no se puede reducir al ámbito íntimo del corazón, necesariamente tiene que manifestarse, verse también exteriormente.
Esta toma de posición, tiene repercusiones no sólo en esta vida sino en la vida eterna. El discípulo que lo reconozca será reconocido por él delante de la presencia misma del Padre.
La libertad de Jesús frente a las prácticas legales, el cuestionamiento de ciertas prácticas sin contenido, la invitación a cuidarse de la levadura de los fariseos, buscan que sus discípulos puedan experimentar y vivir la novedad del Reino con un corazón nuevo. El seguidor, con la experiencia de una conciencia liberada, vivirá y trasmitirá una experiencia religiosa que libera y humaniza.
Creer y seguir a Jesús no es sólo un acto de aceptación verbal; sino, ante todo, un acto de identificación y adhesión a su propuesta: creer en lo que Él creyó y amar a quienes Él amó.
El rechazo del Hijo del Hombre delante de Dios, de aquel que lo rechace a Él, va directamente contra los dirigentes religiosos, que muchas veces impedían a los hombres el acceso a la verdadera fe.
La certeza de la presencia del Espíritu Santo, nos da la seguridad necesaria para enfrentar los desafíos y dificultades que encontramos en su concreción. La blasfemia contra el Espíritu Santo se presenta aquí en los que, viendo la luz, la niegan, y no quieren ser perdonados ni salvados. Son ellos mismos los que se excluyen del perdón y la salvación: El Padre que no nos olvida, Jesús que “se pondrá de nuestra parte” el día del juicio, y el Espíritu que nos inspirará cuando nos presentemos ante los magistrados y autoridades para dar razón de nuestra fe.
Vivir en cristiano es hacer que la fe sobrepase nuestro ámbito interior, para que su influencia testimonial llegue al contexto en que vivimos. Para este camino que no es fácil, necesitamos la ayuda de la gracia. Jesús nos asegura el amor de Dios y el auxilio eficaz de su Espíritu. Además Él mismo saldrá fiador a favor nuestro en el momento decisivo. No se dejará ganar en generosidad, si nosotros hemos sido valientes en nuestro testimonio, si no hemos sentido vergüenza en mostrarnos cristianos en nuestro ambiente.

Para discernir

¿Me animo a dar testimonio en mi ambiente?
¿Experimento el haber sido liberado?
¿Confío en la presencia del Espíritu que me sostiene?

Repitamos a lo largo de este día

…Quiero testimoniarte Señor…

Para la lectura espiritual

«Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del hombre se pondrá de su parte»

El más admirable de los mártires ha sido el obispo Policarpo. Primeramente, en cuanto supo todo lo que había sucedido, no se inquietó sino que quiso permanecer en la ciudad. Bajo la insistencia de la mayoría, acabó alejándose de ella. Se retiró a una pequeña propiedad situada no lejos de la ciudad y permaneció en ella algunos días con algunos compañeros. Noche y día oraba insistentemente por todos los hombres y por todas las iglesias del mundo entero, lo cual era su costumbre habitual…
Unos policías, a pie y a caballo, armados como si se tratara de correr detrás de un bandido, se pusieron en marcha. Ya tarde llegaron a la casa en la que se encontraba Policarpo. Éste estaba acostado en una pieza de la planta superior; desde allí hubiera podido escapar a otra propiedad. Pero no quiso; se limitó a decir: «Que se cumpla la voluntad de Dios». Al oír la voz de los policías, bajo al piso inferior y se puso a hablar con ellos. Éstos quedaron admirados por la avanzada edad y la serenidad de Policarpo: no podían comprender porque habían tenido que gastar tantas energías para coger a un anciano como él. Policarpo se apresuró, a pesar de la hora avanzada, a servirles algo para comer y beber, tanto como desearon. Tan sólo les pidió le concedieran una hora para orar libremente. Ellos se lo concedieron y se puso a orar de pie, mostrando ser un hombre lleno de la gracia de Dios. Y así, durante dos largas horas, sin parar, oró en voz alta. Los que le escuchaban estaban llenos de estupor; muchos de ellos lamentaban haberse puesto en camino contra un hombre tan santo.
Cuando hubo terminado su oración, en la que recordó a todos los que había conocido durante su larga vida, pequeños y grandes, gente ilustre y gente sencilla, y a toda la Iglesia extendida por el mundo entero, había llegado la hora de partir. Le hicieron subir a un asno y le condujeron a la ciudad de Esmirna. Era el día del gran sábado. 
Carta de la Iglesia de Esmirna sobre sus mártires (hacia 155)

Para rezar

Creo en un Dios que sin límites me ama,
que vino a darnos luz, como nos da el sol, cada mañana.
Creo en un Dios que penetra mi pensamiento,
que se mete en mi corazón y conoce mis sentimientos.
Comunidad:
Creo en un Dios que sabe todo lo que me pasa,
que sufre y ríe conmigo, que me sostiene y que me abraza.
Creo en un Dios que en mí ve lo bueno,
que perdona lo malo y me hace un ser nuevo.
Creo en un Dios que es verdad y es camino,
que es pan y que es agua, alimento de peregrinos.
Creo en un Dios que es humano y es divino,
que está en el cielo y a la vez aquí, en mi destino.
Creo en un Dios que se muestra pequeño,
que se manifiesta humilde, pero que de todo es dueño.
Comunidad:
Creo en un Dios que es Padre, que es Hijo,
y que es Espíritu Santo. Que es Uno y es Trino.
Creo en un Dios que es Dios de mis padres,
un Dios que por su pueblo hizo y hará cosas grandes.
En ese Dios creo, con una fe sin tiempo,
con una fe simple, que nace desde adentro.
Comunidad:
En ese Dios creo, con fe verdadera,
con toda mi fuerza y mi alma entera.
En ese Dios creo, el mismo de ayer,
el que será mañana y será para siempre.
En ese Dios creo, pues vela por el universo,
porque está en la inmensidad y también en cada verso,
en cada palabra, en cada mirada, en cada sonrisa y en cada gesto
que desde el ser humano nacen para ir haciendo en la tierra su Reino.
Comunidad:
En ese Dios creo, en El está mi esperanza,
a El doy mi canto y dedico mi alabanza,
a El ofrendo mi vida, pobre, consagrada,
y le entrego esta fe, pequeña, que de creer no se cansa.

Gerardo Oberman



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