Día 11. 10 de diciembre

MES DE LA SAGRADA FAMILIA

CON LA SAGRADA FAMILIA
Autor: H. Francisco Cabrerizo Miguel
Madrid, 2010
Propiedad Intelectual – Derechos Reservados
Edita: Hermanos de la Sagrada Familia

11.-JESUS EN EL TEMPLO.
COMIENZA SU VIDA ADULTA. (Lc 2, 41-52)



Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.

Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre, y cuando terminó se volvieron; pero el Niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.

Estos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.

A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas: Todos los que lo oían, quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.

Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: "Hijo, ¿por qué nos has tratado así?. Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados". El les contestó: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?". Pero ellos no comprendieron lo que quería decir.

El bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia ante Dios y ante los hombres. (Lc 2, 41-52)

Jesús tiene doce años. A esta edad el joven israelita se convierte en hijo de la Ley. Se le considera capaz de responsabilizarse de las obligaciones que le impone la Torá. Ya es adulto ante la ley. Es como la confirmación para nosotros. En el rito, el joven porta solemnemente, en procesión, el rollo de la ley y lee unos versículos para todos los presentes. Mientras tanto los hombres le acompañan y las mujeres gritan de alegría. Podemos imaginarnos la alegría de María y de José en este día tan señalado para un israelita. Cristo asume oficialmente las obligaciones legales de la Torá. Ya es adulto.

Una de estas obligaciones es la visita, al menos anual, al templo de Jerusalén, generalmente por la fiesta de la Pascua. "María y José iban cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua" (Lc. 2, 41). Cumplen sus deberes religiosos tal como señala el Exodo (23, 14-17) y el Deuteronomio (16, 16-ss). Desde el evangelista vemos la exactitud con que la Sagrada Familia cumple cuanto la ley y la tradición dictan para todo buen israelita. Jesús tiene una formación judía de su tiempo. Y cumple. “No he venido a abolir la Ley sino a cumplirla”, dirá después.

El texto nos sitúa la mayoría de edad de Jesús, no solo aceptando las obligaciones legales sino con una novedad fundamental: Jesús asume conscientemente su misión salvadora por encima de los lazos familiares y esto aunque sus padres "no comprenden lo que les dice". Acepta explícitamente su vocación con esta experiencia tan dura para María y José.

El Evangelista pone en boca de Jesús estas palabras: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabías que debo ocuparme de las cosas (de la casa) de mi Padre?" (Lc. 2, 49). Esta es quizá la clave para entender el relato, tanto del hecho de quedarse en Jerusalén como de su decisión de regresar y quedarse en Nazaret: ocuparse de las cosas del Padre, su misión entre los hombres aceptada y cumplida. Choca que para “ocuparse de las cosas de mi Padre” regrese a Nazaret. Después, en su vida pública, de nuevo "las cosas de mi Padre" llevarán a Jesús de nuevo a la misma ciudad de Jerusalén y al mismo templo hasta entregar la vida por esta causa. (Cfr. Lc. 19, 45 ).

Lucas emplea la palabra "debo" expresando claramente la aceptación y el sentido de vocación y de misión que da a su vida. Esta misma expresión aparece siete veces en Lucas cuando Jesús habla de la misión que el Padre le ha confiado. (Cfr. Lc. 4, 43; 9, 22; 13, 32-33; 17, 25; 22, 37; 24, 7; 26). Jesús afirma aquí su deber para con el Padre y su absoluta independencia de las criaturas, incluso de sus lazos familiares, a la hora de cumplir con su deber. Después señalará que el seguirle a El para continuar esta misma misión, romperá vínculos naturales de familia (Mc. 3, 31-35) para inaugurar la familia nueva que "escucha la palabra de Dios y la pone en práctica".

El evangelista resalta la incomprensión de sus padres y la aceptación en la fe de esta actitud de Jesús, por dura que les parezca. Digo la actitud, porque Lucas indica claramente que "al regresar ellos, el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres se dieran cuenta". No es un extravío sino una decisión libre y consciente, como se ve también por la respuesta que les da en el momento del encuentro. Las palabras de María: “tu padre y yo te buscábamos angustiados” y la respuesta de Jesús:”….nos sabíais que debo estar en las cosas de mi Padre” ponen de manifiesto la conciencia de Jesús sobre quién es su Padre.

Hoy nosotros somos continuadores de la misión de Cristo. Desde el bautismo estamos insertos en su misma causa: las cosas del Padre. Por el bautismo, la confirmación, la profesión religiosa o el matrimonio católico hemos aceptado esta inserción como la causa de nuestra vida en el sentido más completo de la palabra. Como a Jesús, nos exige una conciencia clara del cumplimiento del deber, el "debo" que dice el evangelista. Aceptar la vida como respuesta. Tener la vida como misión. Romper con cuantas ataduras humanas, afectivas, naturales y geográficas sean necesarias para cumplir la misión. Así entendemos el sentido de la ruptura: siempre para cumplir la misión, para estar en las cosas del Padre. No valen otras causas. No está mal que revisemos si nuestras rupturas tienen esta causa y si la impulsan, porque rupturas hay en toda causa y en toda vida.

Como a María y a José, no pocas veces nos resulta muy difícil comprender las razones de determinadas situaciones personales, de los cambios y circunstancias en que hemos de aceptar, como ellos, rupturas que producen dolor y sufrimiento, incluso como en el texto: "angustia". En estos casos sólo Cristo y su causa, el amor y la misión en definitiva, pueden dar una respuesta válida en clave de salvación. Ciertamente que podemos encontrar razones muy humanas, más lógicas, aparentemente menos caprichosas incluso, que las que encontramos en el texto evangélico. En este caso hasta parece absurdo el comportamiento de Jesús. Nos quedamos con la idea central del sí a la misión y del sí al compromiso, de la libertad interior que exige, de la audacia que requiere, de la aportación total de la persona que hay que hacer siempre.

Cuántas veces sobran los convencionalismos personales y cerrados, los moralismos, las ideas hechas y consolidadas (siempre propias) a la hora de vivir como religioso, como cristiano, de hacer comunidad, de construir familia, de hacer Iglesia, de manifestarse como un enviado. No se puede vivir de tópicos ni de seguridades. La fidelidad a la vocación exige riesgo y compromiso conscientemente asumido. ¡Cuántas veces nos desinstala! Las cosas del Padre son siempre diferentes a las frases hechas y a la experiencia humana probada. Son siempre imposibles sin la unión con Cristo.

Que la Sagrada Familia pueda, en cada uno de nosotros, en cada familia y en cada comunidad, seguir secundando la misión de Cristo. Que nos capacite para aceptar, sin comprender incluso, la misión que Cristo quiere seguir realizando hoy entre nosotros y con nosotros. Con ellos podemos encontrar los medios que hagan inteligible nuestra misión que es la misma de Cristo: "ocuparnos de las cosas del Padre".

ORACION: Dios, Padre nuestro, que te has complacido en la misión realizada por tu Hijo, danos un corazón decidido a continuar hoy la misma misión que Tú le encomendaste.

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