Día 17. 16 de diciembre

MES DE LA SAGRADA FAMILIA

CON LA SAGRADA FAMILIA
Autor: H. Francisco Cabrerizo Miguel
Madrid, 2010
Propiedad Intelectual – Derechos Reservados
Edita: Hermanos de la Sagrada Familia

17.-LA FAMILIA DE JESUS.
Mt. 13, 54-58; Lc. 4, 16-22. Mc 6, 1-6.

Fue Jesús a su ciudad y se puso a enseñar en la sinagoga. La gente decía admirada: "¿De dónde saca éste esta sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?" Y desconfiaban de El.
Jesús les dijo: "Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta". Y no hizo allí muchos milagros porque les faltaba la fe. (Mat 13, 54-58)

Jesús fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el Libro del Profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque El me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor". Y enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en El. Y El se puso a decirles: "Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír". Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: "¿no es éste el hijo de José?"
(Lc 4, 16-22)

Jesús fue a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: "¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?" Y desconfiaban de El. Jesús les decía: "No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa." No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. (Mc 6, 1-6.)

Los tres sinópticos relatan el regreso de Jesús a Nazaret a poco de comenzar su vida pública. Regresa donde ha pasado 30 años en silencio, en el silencio que da comienzo y acompaña a los grandes acontecimientos. Todo lo que hace ruido no es acontecimiento. El acontecimiento es la vida que viene de la vida misma. Acontecimiento es encontrar tiempo para la eternidad en el devenir de los quehaceres diarios. Los negocios no son acontecimiento. Los trabajos por sí mismos tampoco lo son. No dejan tiempo para moldear el futuro, para ocuparse de lo importante.

Nos relatan un hecho que revela que algo grande va a suceder. Los tres textos sitúan a Cristo enseñando en la sinagoga de Nazaret. Lucas señala que "el sábado entró en la sinagoga según su costumbre". Prueba que Jesús en Nazaret asistía a la sinagoga habitualmente, sin que llamase la atención de nadie, como uno más. Lo excepcional es que, en esta ocasión, se presente enseñando, comentando la escritura. En Lucas se maravillan de sus enseñanzas, "de los discursos que pronunciaba", igual que en Mateo. Es llamativo que sea aquí, en Nazaret, donde Jesús se apropie la misión de profeta, dando cumplimiento a las palabras de Isaías. Treinta años negando de hecho su mesianismo, para terminar proclamándolo en asamblea pública y sagrada, solemnemente, en este mismo espacio geográfico y social. Demasiado fuerte para entenderlo. Los caminos de Dios no son ciertamente nuestros caminos. Sin embargo, aunque el texto de Lucas se refiere a Cristo como profeta rechazado por los suyos, no se admiran tanto de este hecho cuanto de las palabras que pronuncia. Jesús no se enfrenta a sus paisanos. Para enfrentarse hay que tener intereses comunes. Simplemente los desconcierta con sus palabras, con su elocuencia, con su sabiduría, con su autoridad. Jamás pensaron que podía haber algo así dentro del carpintero.

En el texto podemos ver cómo era valorada socialmente la familia de Jesús. Una familia sin relieve, que no destaca por su formación, por su poder, por su influencia. Se admiran de la sabiduría, de Jesús en contraste con la escasa formación recibida en Nazaret: "¿no es éste el hijo de José?" (Lc.), "¿ no es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas?. Y sus hermanas ¿no viven entre nosotros? ¿De dónde le viene esta sabiduría?" (Mt.). Hoy valoramos la formación. Necesitamos ser profesionales, especialistas en…. Cuántas veces nuestra disculpa ente el compromiso o ante el fracaso apostólico, ante las dificultades en la comunidad o en la familia, a veces incluso en el trabajo profesional que nos domina, es la escasa formación que tenemos. Nazaret nos revela que la formación más importante, la que da consistencia a la vida, aquella que llama la atención es la que proviene del Espíritu, la que da cabida a la Palabra de Dios para que se cumpla, la que manifiesta las cualidades del Padre. Es lo diferente en el Espíritu, lo que no es solamente del hombre, lo que apunta a la eternidad en la vida misma.

Vemos que la familia humana de Jesús no tenía ningún relieve especial, si no es su escasa formación intelectual. Sin cultura notable, sin esta sabiduría que hace sobresalir en tantas ocasiones a algunos vecinos, por sus dichos y su sentido recto de las cosas. Tampoco tenían esa agudeza de la vida que hace triunfar en los negocios o sacar provecho de las situaciones. Nada que destacar si no es el hecho de que en Nazaret no podían haber transmitido a Cristo las cualidades oratorias y el sentido profético que manifiesta. María y José eran unos vecinos más de Nazaret, apreciados seguramente, pero sin nada especial que destacar. María, como madre, seguro que alimentó a Jesús con sueños, como hacen todas las madres. José le transmitió sus conocimientos artesanales y su rica experiencia de vida. Pero con todo ello no se justifica la elocuencia, seguridad y novedad de las palabras de Jesús entre los suyos. El evangelista quizá nos indica que la vocación nace, se desarrolla y se manifiesta sin necesidad de circunstancias especiales. El Dios silente despierta su Espíritu donde quiere.

Jesús en toda su estancia en Nazaret durante tantos años, no presenta ningún signo de su mesianismo, aspecto tan llamativo en los últimos años de su vida cuando le llaman de todo por los signos que ven en El. En Nazaret era el hijo del carpintero, el hijo de José. El oficio de carpintero era apreciado en Israel, sin embargo aquí aparece como poco llamativo.

Ser uno más. Y serlo en un lugar perdido. Quizá nos ayude a entender la calidad de la familia de Jesús el texto que Pablo escribe a la comunidad de Corinto: "pues lo que es necedad de Dios es más sabio que todos los hombres. Y lo que es flaqueza de Dios más fuerte que todos los hombres. Y si no, hermanos, atended a quiénes habéis recibido la vocación: cómo no hay entre vosotros muchos sabios según el mundo, ni muchos poderosos, ni muchos nobles. Antes bien, lo necio del mundo lo escogió Dios para confundir a los poderosos. Lo innoble y lo rastrero según el mundo lo escogió Dios para desbaratar aquello que es. Para que no se gloríe mortal alguno en la presencia de Dios. Y de El os viene lo que vosotros sois en Cristo Jesús" (1.Cor. 1, 25-30).

La Sagrada Familia participa plenamente, es más, da un sentido nuevo a esta descripción del Apóstol. Desde Ella se entiende mejor el sentido evangélico y existencial de pobre y de rico. El pobre llega a ser rico en sonrisa, en generosidad, en compasión, en solidaridad, en cercanía, en ternura y sensibilidad. Disfruta de la vida como los pájaros, sin nada que perder. Canta la existencia en la sencillez de las circunstancias, por sorprendentes o monótonas que sean. Puede llamar hermana a la vida misma. Canta la esperanza. Anuncia lo nuevo, el acontecimiento. El rico no tiene tiempo para lo eterno, para lo que permanece y da consistencia al vivir. Se gasta en recoger la ganancia que preparó ayer y en preparar lo que ganará mañana. Su vida son sus proyectos y ahí acaba. Su experiencia le va situando sin remedio en el lugar donde solamente se envejece, no en el lugar donde se vive. ¡Qué difícil es que un rico entre en el reino de los cielos! dirá Jesús.

Cristo no pudo hacer ningún milagro en Nazaret. Sus paisanos esperan espectáculo, por lo que han oído decir de Él. Y el milagro no puede ser espectáculo, nace de la fe, de la confianza. No le creen. Les parece demasiado familiar, demasiado humano y próximo como para descubrir a Dios en su persona. Es el imposible de lo pequeño, del Dios humilde que habita en Jesús.

Pues nosotros somos la familia actual de Jesús. Queremos continuar en la Iglesia el mismo tipo de presencia que El ha manifestado por la Sagrada Familia en Nazaret, pero con la fuerza y los datos de la resurrección. Conocemos el final, obra del Espíritu. Esperamos que Cristo pueda realizar sus milagros en nuestra vida, en nuestra comunidad y en nuestra familia. El milagro del amor que se entrega, del gozo en el servicio, de la comprensión solidaria, de la gratuidad alegre, de la sensibilidad en ternura hacia el otro, de la admiración por las cualidades que Dios pone en los demás. Que veamos el amor y la misericordia del Padre, que nos llega y nos espera, en los ojos del hermano, del hijo, en la mirada del cónyuge, del alumno, del compañero. Este es el milagro que nos libera y fomenta la vida. Hay que cuidar este milagro para que resulte un espectáculo silente que proclame el cumplimiento de la profecía, como Nazaret. “Yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. (JN. 14, 18)

Aprendamos el valor de la humildad, del silencio, de la vida sin éxitos aparentes. Ser sencillos y humildes, pero manifestando a Cristo en esta misma forma de ser. Que puedan decir los hombres con quienes vivimos, nuestros conciudadanos, como decían de la familia de Jesús: que estamos con ellos, que vivimos con ellos. Pero que se admiren también de la sabiduría y de la profundidad espiritual que manifestamos, como lo hacían de Jesús. Que nuestra vida, nuestra comunidad y nuestra familia sean llamativas por la palabra de vida que ofrecen, por el contraste existencial que ofrecen. Si no ofrecemos nada nuevo, no vivimos, solamente transcurren los días.

Podemos aplicarlo también a la comunidad, a la familia, a las obras que llevamos y al trabajo que realizamos. Ser de Dios siendo de los hombres. Ser para Dios siendo para los hombres. Pasar derramando "el buen olor de Cristo" como nos decía el H. Gabriel, sin añorar éxitos y buscando el bien de todos. Encontrar la sabiduría de la vida en el quehacer diario, en el empeño de las tareas encomendadas o del trabajo a realizar. Ofrecer un estilo diferente de ser, un sentido de vivir.

Dice Marcos que Jesús "se extrañó de su falta de fe". Parece ser que habían oído algo de los milagros que Jesús había hecho y esperaban algo más. Se encontraron con el mismo Jesús que conocían de antes. Les defraudó. Es importante la sencillez para encajar las manifestaciones de Dios y descubrir su paso por la vida. Puede que tengamos tantos datos a favor de una vida organizada desde la fe, pero sin que viva ni manifieste la fe, que puede que Cristo mismo se extrañe, como en Nazaret, de nuestra increencia. Puede que, en nuestro caso, siendo profesionales de la fe, queriendo construir una familia o una comunidad en cristiano, no vea la gente ninguna manifestación de fe o que nosotros mismos dudemos de la fe que tenemos. Hemos de pedir y agradecer la fe cada día. Necesita cultivo personal y en la comunidad, en la familia.

Que también nosotros sepamos aceptar la pobreza de nuestra familia religiosa, de nuestra comunidad, de nuestras obras, sabiendo que así puede resplandecer mejor la obra de Dios en lo que hacemos. No tenemos derecho al desánimo por la escasez de recursos, de medios o de personas. Tampoco por las limitaciones de salud o cualidades. Lo que cuenta es Dios en cada uno, en cada comunidad, en cada familia.

ORACION: Dios, Padre nuestro, que has querido elegir a tu familia entre los pobres y los humildes, concédenos participar de la plenitud de tus elegidos.

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