Día 18. 17 de diciembre

MES DE LA SAGRADA FAMILIA

CON LA SAGRADA FAMILIA
Autor: H. Francisco Cabrerizo Miguel
Madrid, 2010
Propiedad Intelectual – Derechos Reservados
Edita: Hermanos de la Sagrada Familia

18.- LA NUEVA FAMILIA DE JESUS.
Mc.3, 31-35 ; Lc. 8, 19-21; Mt. 12, 46-50.

En aquel tiempo, llegaron la madre y los hermanos de Jesús, y desde fuera lo mandaron llamar.

La gente que tenía sentada alrededor le dijo: "Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan". Les contestó: "¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?" Y paseando la mirada por el corro, dijo: "Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre". (Mc 3, 31-35)

Vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta El. Entonces le avisaron: "Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte". El les contestó: "Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra". (Lc 8, 19-21)

El evangelio nos ofrece, como novedad, una descripción de la familia de Jesús en clave distinta, en clave de fe. Marcos sitúa la relación de los familiares de Jesús con su persona en la nueva dimensión de Mesías e Hijo de Dios y desde aquí nos descubre unos lazos nuevos, insospechados y sorprendentes, sólidos, distintos a los lazos carnales, que caracterizan a su nueva familia.

En los versos 20 y 21 del capítulo 3 de Marcos, presenta a los familiares de Jesús buscándole, tratando de apoderarse de El para llevarle a casa. Ha llegado a oídos de la familia lo que se dice de Jesús como quebrantador del sábado y libre intérprete de la ley. Ellos se encuentran comprometidos por pertenecer a su familia. Quieren justificar esta actitud de Cristo, ante la autoridad religiosa, con la disculpa de que está fuera de sí, puesto que, según la costumbre judía, los familiares debían denunciar ante las autoridades religiosas todo comportamiento público (escandaloso diríamos hoy) contrario a la ley o a la tradición si no querían ser cómplices de su conducta. Solamente en el caso de locura estaban exentos de esta obligación y libres de complicidad.

El evangelista nos deja intuir el desconcierto que la actuación de Jesús produce en su familia natural y también la falta de fe que ésta tiene en la persona de Jesús y en su mensaje. Sus familiares se quieren curar en salud llevándole a casa y diciendo que ha perdido el juicio. Para tener más fuerza, llevan con ellos a María. En estas circunstancias, podemos ver hasta un gesto de buena voluntad en sus familiares, dentro de la ortodoxia judía, o también una manera de huir de las complicaciones legales que puede dar la persona y el mensaje de Cristo.

En estas circunstancias es donde Cristo anuncia la clave para entender las dimensiones de una nueva familia que supera los lazos de la carne. Rompe las afinidades humanas para proclamar las afinidades nuevas de la fe, para El mucho más fuertes. "He aquí quiénes son mi madre y mis hermanos: quien cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre" (Mc. 35). "Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra" (Lc 8, 21). Palabras claras y contundentes. Plenamente nuevas. De nuevo rompe las afinidades naturales de la sangre para cumplir y anunciar el mensaje del Padre. Para El, ante todo está la misión que ha aceptado, y no duda en aprovechar la ocasión para situarse, definir su postura y el contenido nuevo de su mensaje.

San Agustín, profundizando en estas palabras, llega a comprender que se llegue a ser hermano o hermana de Cristo. Pero, ¿su madre? Lo entiende porque quien escucha la Palabra y la cumple engendra a Cristo en él mismo, acepta la Palabra como María, y Cristo nace y crece en él y en los demás. Se hace transmisor de la fe en Cristo. Lo genera en los otros. Por eso puede decir con toda verdad que es también su madre. Son palabras de escándalo. Sólo desde la fe y desde la experiencia eclesial se pueden comprender. Cristo revela las dimensiones de la nueva familia que inauguró en Nazaret con María y José, y que ahora prolonga en toda la tierra. María y José cumplieron la Palabra y construyeron su familia. Se inauguró en Nazaret la nueva dimensión de la familia en la fe, de la familia en Cristo, de la nueva familia que viene a establecer.

Cristo proclama que los lazos humanos son transitorios. Los lazos definitivos son aquellos que suscita el Espíritu en el interior de cada hombre y que le comprometen a cumplir la voluntad de Dios. No nacen de la carne, ni de la sangre, ni de la voluntad o el esfuerzo humano. Es el Espíritu quien compromete, quien une, quien impulsa a la aceptación y a la entrega. No hay interés humano de ningún tipo. Pura gratuidad. ¡Cuántas veces nuestros compromisos son por puro interés! El compromiso verdadero arranca de Cristo, el gran comprometido. Estos lazos espirituales dan un sentido nuevo a los lazos de la carne y de la sangre. En esta misma línea, cuando un admirador suyo proclama: "dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron", Cristo reafirma esta novedosa dimensión: "dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen" (Lc. 11, 27-28).

La nueva familia de Cristo se define en clave de fe y de fidelidad. Es una adhesión libre y total a la persona de Cristo. No basta con seguirle. Los discípulos le siguen, dejan todo lo que tienen, excepto sus propios proyectos personales, y van tras El. Pero no son familia. Aparecen frecuentemente como rivales, esperando el primer puesto y el reparto en la restauración del reino. El seguimiento, sin más, por sí mismo, no crea familia. Incluso vemos en los de Emaús que puede ser causa de división. Se escandalizan de la familia porque les defrauda. La familia surge del Espíritu que compromete a aceptar y a cumplir la Palabra, la voluntad de Dios. Sin el Espíritu nos será imposible la oración común, la misión en común, la vivencia comunitaria del carisma, el envío en la comunidad. Habrá multitud de oraciones, de vivencias, de carismas, pero no hay sentido comunitario ni unión. Solamente el Espíritu de Cristo las crea. Desde Pentecostés se entiende la nueva familia. Con sus problemas y las cualidades de cada uno, pero en familia, capaces de unir y completar, aportando su don personal, para que nada falte en la nueva familia de Cristo. Parece que Jesús quiere proclamar de forma oficial y pública la experiencia vivida con María y José en Nazaret, donde se escucha y se acepta la Palabra de Dios.

Los evangelios de la infancia nos transmiten reiteradamente esta actitud de María y de José. Escuchar la Palabra, meditarla en el corazón, cumplir la voluntad del Padre, aunque para ello haya que romper los proyectos personales. Cristo en Nazaret, ha experimentado la aceptación de su persona de una manera nueva, profunda, desde la fe.

Movidos por el Espíritu, en Nazaret se inaugura la familia de Dios que prolonga en el tiempo, de una manera sensible, la presencia misma de Cristo entre los hombres: la Iglesia, la comunidad cristiana. La proclamación pública de estas dimensiones es quizá la mejor alabanza que Cristo puede dirigir a María y a José.

Estos mismos lazos nos unen hoy en la familia de Cristo. "Por la fidelidad a la Palabra de Dios, los Hermanos establecen los nuevos vínculos de una verdadera familia, congregada en Cristo" (Const. 12). Escuchar, acoger, ser fieles a la Palabra. Ponerse diariamente a la hora de Dios, haciendo familia con María y José, para así construir diariamente la comunidad, para manifestar unidos que Cristo es el enviado del Padre.

Jesús es el primer miembro, la cabeza de esta nueva familia. El mismo se entrega por sus hermanos, intercede por ellos. Con su vida y su ejemplo, manifiesta las características que expresan esta actitud de escucha y de fidelidad: la oración al Padre común, sin desfallecer, el encuentro personal y silencioso con Dios, el amor mutuo a los hermanos, la alabanza común.

Pablo nos describe las relaciones que se dan entre los miembros de esta nueva familia. La compara a un cuerpo. Sus relaciones son similares a las que existen entre los miembros de un mismo cuerpo. Está formada por miembros. Cada persona es un miembro. El problema surge cuando un miembro o cada miembro, pretende ser el cuerpo entero. Entonces aparece una comunidad monstruosa. Un miembro es algo que no se define por sí mismo sino por los otros miembros y en relación con el cuerpo entero. A través de los otros miembros le viene la vida. No es autónomo. Quien prescinde de los otros miembros es como un sarmiento seco, sólo sirve para quemarle. A través de los otros miembros me viene la vida. Mi personalidad espiritual está dependiendo de mis hermanos y la de mis hermanos depende de mí. Aquí nace la teología de la comunión de los santos. Esta dependencia me lleva a compartir con los demás mi experiencia de Dios, la fe, la esperanza y el amor para bien de todo el cuerpo. Me hace salir de mi soledad. Cuántas veces vivimos totalmente solos, sin compartir lo mejor que tenemos y entretenidos en cosas sin importancia.

Es un sentido nuevo de unidad existencial producida por el mismo Espíritu que mueve y guía a Jesús, el mismo que anima la vida de los miembros de la familia de Nazaret. Pablo llega a decir que no es cada uno quien vive sino que es Cristo quien vive en cada miembro: "no vivo yo, es Cristo quien vive en mí" (Gál. 2, 20).

María y José vivieron con toda seguridad esta presencia viva de Cristo en sus personas.

Pues hoy somos nosotros la nueva familia de Jesús. Congregados en su nombre, unidos a su Persona, hemos de hacer creíbles sus palabras: "dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen". Desde esta posición de miembros de la misma familia hemos de entender nuestra presencia en la Iglesia, en la familia y en la comunidad.

Que la Sagrada Familia nos ayude a escuchar y a cumplir la Palabra de Dios. Que en cada una de nuestras personas y en cada comunidad puedan reproducir, por nuestro medio, esta actitud tan fundamental que la Sagrada Familia vivió en Nazaret y que Cristo proclama como imprescindible para pertenecer a su familia.

ORACION: Dios, Padre nuestro, que has querido prolongar tu familia en aquellos que escuchan y cumplen tu palabra, te pedimos un corazón dócil a tu voluntad.

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