Día 19. 18 de diciembre de 2011

MES DE LA SAGRADA FAMILIA

CON LA SAGRADA FAMILIA
Autor: H. Francisco Cabrerizo Miguel
Madrid, 2010
Propiedad Intelectual – Derechos Reservados
Edita: Hermanos de la Sagrada Familia

19.- ESPIRITUALIDAD DE LA SAGRADA FAMILIA.

“Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. (Lc.1, 38).
“María dijo: proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humildad de su esclava”. (Lc. 1, 46)

Podemos hablar de la espiritualidad de la Sagrada Familia teniendo en cuenta que Jesús, María y José, tuvieron una espiritualidad en familia que, al menos inicialmente, estuvo muy marcada por la espiritualidad de María. Viendo algunos rasgos de la espiritualidad de María descubrimos rápidamente muchas de las actitudes que Cristo propone para sus seguidores y que El mismo asume.
Además, María, la verdadera discípula de Cristo, va guardando y meditando en su corazón los acontecimientos que rodean la infancia del Hijo y también cuanto acontece en su vida familiar y social en Nazaret. Observa, medita, aprende y aplica a su vida el comportamiento del Hijo ya adolescente y después adulto.

Por la influencia de la comunicación frecuente y profunda y por el codo a codo de cada día, podemos pensar que José participó plenamente de esta espiritualidad contagiosa de María. Ambos viven en matrimonio de amor la misma respuesta vocacional. Ambos escuchan al Hijo, observan y tantas veces comentan y meditan juntos los acontecimientos, el futuro, su postura como padres. Ambos conocen el misterio y son conscientes de su responsabilidad. Aprenden en familia, en comunidad. Responden apoyándose mutuamente en su fe inquebrantable y en su disponibilidad total a los planes del Padre, que los unió en matrimonio. ¡Cuántas horas de escucha y docilidad!

Los evangelistas nos revelan que Cristo asume casi al pie de la letra la actitud del Siervo de Yahvé que canta Isaías. La primera comunidad cristiana hace que María se presente a sí misma como la esclava del Señor, tanto en la anunciación como en el canto del Magnificat. Es esclava, pero frente al Señor, respecto de su Palabra. Ciertamente que es la Palabra quien convoca a María y a José, quien guía, juzga e ilumina su vida. Viven pendientes de la Palabra. En Nazaret se hace realidad el verso del salmo 122: "como están los ojos de la esclava fijos en los ojos de su señora, así están nuestros ojos en el Señor, esperando su misericordia". María se presenta incluso como "pequeña entre las esclavas". José viene retratado como “varón justo”, es decir, cumplidor escrupuloso de la Ley. En Nazaret se vive la espiritualidad cumbre del Antiguo Testamento: la espiritualidad de los pobres de Yahvé.

El centro de esta espiritualidad es la confianza plena en Dios y la docilidad absoluta ante sus planes. Forman el "resto" del pueblo, los que creen sin desfallecer, los que se fían de Dios incluso ante lo imposible, los que aceptan ser purificados en la tribulación. Cristo expresa esta misma actitud, incluso de forma trágica, en el huerto de los olivos: "Abba, Padre, todo te es posible; aleja de mí este cáliz; mas no sea lo que yo quiero sino lo que tú quieres": (Mt. 14, 36). También propone esta confianza en Dios como actitud fundamental para sus seguidores: "No os preocupéis, pues, diciendo: ¿qué comeremos, qué beberemos o con qué nos vestiremos?. Los gentiles se afanan por todo eso; pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad. Buscad primero el reino de Dios, su justicia y todo lo demás se os dará por añadido". (Mt. 6, 31-33).

He aquí algunos elementos de esta espiritualidad:

La escucha y meditación de la Palabra de Dios. En ella se encuentra el camino y la acción de Dios, su manera de ser para con el hombre. Su Palabra es siempre Palabra de vida, norma y gozo del creyente. En Nazaret, María y José contemplan la Palabra encarnada en su actuar, en sus gestos y actitudes, en su silencio desconcertante. Aprenden. Y obedecen. Y Meditan. ¡Cuántas veces quedarían desconcertados ante los acontecimientos, ante las respuestas de Jesús, ante su anonadamiento! Ahí escudriñan las Escrituras. Ahí confían y obedecen. Ahí comparten. Cristo propone esta actitud como señal de prudencia y de fidelidad: "aquel que escucha mis palabras y las pone por obra es como el varón prudente que edifica su casa sobre roca". (Mt. 7, 24). Alabanza plena y completa a su familia de Nazaret. Bienaventuranza para su familia eclesial. La Palabra de Dios en el centro de la espiritualidad cristiana, ya desde Nazaret.

El desprendimiento total de sí mismos en relación a Dios. Disponibilidad absoluta a los planes divinos. Dios es siempre más que el propio yo, más que las mismas evidencias, más fiable que las cosas razonables. Se fían más de la alianza y de la promesa de Dios que de sus cualidades, que de los medios humanos y que de la evidencia de los hechos. Adivinan e intuyen el pensar de Dios, su querer manifestado en la Ley. Cristo adopta esta misma actitud como juicio supremo de su actuar. Los planes del Padre llegan a ser su alimento. Incluso Cristo reprende duramente a Pedro porque se guía por su lógica: "apártate de mí, Satán, pues tus pensamientos no son los de Dios sino los de los hombres". (Mc. 8, 33b).

En el texto de la anunciación de María y en el de la revelación vocacional de José se pone de manifiesto, de manera vivencial, esta actitud espiritual tan profunda. Para ellos, la fe no es la razón ni la evidencia, es ante todo desprendimiento personal, docilidad y confianza en los planes del Padre. Ponerse en sus manos, a su disposición. Están seguros que "para Dios nada hay imposible" y saben que cuanto ha dicho lo cumplirá en sus vidas, aunque parezca absurdo e incongruente. No se discute, se acepta en la fe, en la confianza. María y José viven esta espiritualidad cumbre del Antiguo Testamento. Ellos inauguran el Nuevo Testamento pero con los datos y la tradición del Antiguo.

Confianza absoluta y total en Dios, en su Palabra, en la fe que les viene de la comunidad donde Dios se ha revelado y donde ha realizado sus gestas. Va íntimamente unida a la actitud de desprendimiento personal. Viven su confianza en Dios aunque falten las garantías esperadas. Tal como expresa el profeta Habacuc: "aunque la higuera no dé sus yemas y la vid niegue sus frutos, aunque falte la cosecha del olivo y no haya grano en los campos, aunque desaparezcan las ovejas del redil y no haya bueyes en los establos, yo seguiré esperando en el Señor, me glorío en Dios mi salvador" (Hab. 3, 17 y 18). Así es su confianza en Dios. Gloriarse en el poder de Dios cuando lo evidente es el abandono y el olvido, incluso el castigo de Dios. María acompaña a Jesús en su pasión, momento especialmente dramático para vivir esta confianza.

La Sagrada Familia es también pobre de Yahvé en el Nuevo Testamento. Se caracterizan éstos porque tienen la actitud de dejarse sorprender por Dios sin marcarle caminos. Aceptan que Dios actúa en Cristo de forma nueva y eficaz. La Sagrada Familia, especialmente María y José, van peregrinando en la fe y se dejan sorprender por la manera de hacer de Dios en ellos y en Jesucristo. Creen que se cumplirá cuanto se les ha dicho aunque las apariencias lo desmientan. María lo expresa en la plena disponibilidad de la anunciación: "hágase en mí según tu palabra", mantenida día a día en Nazaret, con José su esposo. Lucas señala varias veces que sus padres no entendían los hechos que acompañaban a Cristo y añade que María conservaba todas las cosas meditándolas en su corazón. ¡Compartir la fe, escuchar en familia, discernir y aceptar en comunidad de fe!

María subraya su propia pequeñez en el Magnificat: consiste en reconocer la obra de Dios en ella y seguir en el mismo plano espiritual. Devuelve la gloria a Dios al reconocer las obras grandes que ha hecho en ella. De José no sabemos nada pero no dudamos que mantenía esta misma actitud. Por eso son audaces: presentan su persona a los planes de Dios fiándose de la palabra recibida, aunque no la entiendan. La audacia proviene de la humildad, no de la arrogancia. También son agradecidos. A María le basta ver a Isabel y confirmar el signo que se le ha dado para arrancarse en alabanzas a Dios y reconocer su fidelidad en la historia, manifestada ahora en ella misma. Todo lo refiere a Dios como a su fuente de origen. Ella es la sierva, la esclava.

Que la Sagrada Familia pueda seguir dando al Padre esta misma respuesta en cada Hermano, en cada miembro, en cada familia y en cada comunidad. Que la humildad y la sencillez caractericen nuestro vivir. Que aprendamos a juzgar todas las cosas, no desde el punto de vista humano, sino desde la fe y que veamos a Dios en todas las cosas, como indica el Fundador. (Cfr. N. G. nº 226). Que la confianza en Dios determine las decisiones de nuestra vida, Entonces aparecerá la humildad, la sencillez y la modestia como algo característico y natural en el Instituto, en nuestra casa, en nuestra forma de ser, tal como pedía el H. Gabriel (Cf. N. G. 246).

ORACION: Dios, Padre nuestro, que has querido manifestar tu grandeza en la pequeñez de Nazaret, danos fe y confianza en tu Palabra.

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