Día 22. 21 de diciembre

MES DE LA SAGRADA FAMILIA

CON LA SAGRADA FAMILIA
Autor: H. Francisco Cabrerizo Miguel
Madrid, 2010
Propiedad Intelectual – Derechos Reservados
Edita: Hermanos de la Sagrada Familia

22.- LA VOCACION EN LA SAGRADA FAMILIA.

I

La vocación cristiana y la vocación religiosa es un diálogo permanente entre Dios que llama y el hombre que responde. La vocación solamente se puede explicar por el amor que tiene Dios al llamado. Este diálogo compromete toda la existencia y no tiene siempre la misma intensidad. Hay momentos singulares en que se siente con más profundidad, con más claridad y es más intenso. Uno de ellos suele ser el momento en que se acepta la llamada por primera vez, o de manera definitiva o en circunstancias en que se rompen ataduras o lazos personales especialmente sensibles. Siempre es un diálogo existencial, que compromete a todo el ser y el hacer de la persona, y un diálogo de adoración que muchas veces se hace monótono.

Dios lleva siempre la iniciativa en este diálogo, aunque muchas veces parezca que es el hombre quien domina y encauza la comunicación. No tiene prisa en manifestarse, incluso a veces parece una pesadilla, un desconcierto, como si quisiera sacarnos de nosotros mismos. Desestabiliza y rompe proyectos, es oscuro y solamente se entiende desde la entrega en la fe. Obliga a salir de sí mismo. Pero cada día llega la caricia del impulso, la fuerza de la respuesta, el signo que ofrece confianza, la alegría de no poder decir que no. Es más poderoso que el propio yo.

María y José vivieron también esta dimensión dialogal de su vocación. Son llamados en momentos distintos, con peculiaridades y responsabilidades diferentes. Sin embargo coinciden en lo fundamental: ambos están llamados en función de Cristo. María es llamada para poder realizar el Sí de Dios a la Salvación del hombre. José es llamado en función del sí de María y del sí de Cristo. Son llamados en cadena, de manera complementaria, en función de Cristo, el enviado. En Cristo adquiere consistencia la vocación cristiana y religiosa, con sus matices y peculiaridades diversas.

Aquí coincide también nuestra llamada. Estamos en la cadena que Dios ha previsto para que la encarnación de Cristo se siga realizando, para que se manifieste eficaz a todos los hombres. Es una cadena de salvación, una cadena en la fe. Una cadena que permite prolongar en la historia la vida de la familia de Dios, de la Iglesia. Se vive la llamada en el peregrinar de la fe. Así la vivieron María y José.

Analizamos algunas características de esta llamada de Dios a María y a José.

Es una llamada en libertad, incluso una llamada que nos hace libres, que nos libera de tantas ataduras y de nosotros mismos. Dios llama cuando quiere y a quien quiere. Nadie puede marcarle el momento ni la manera. Irrumpe en la vida en un acto plenamente libre de su parte. Espera también una respuesta libre, una aceptación que le permita actuar en el llamado. En la historia de la Iglesia, vemos que hay circunstancias que favorecen la escucha de la llamada. Dios aprovecha los fracasos personales, los tedios de la vida, los ejemplos de personas que se cruzan en nuestro vivir, que hacen camino a nuestro lado, la sensibilidad ante determinados acontecimientos, las circunstancias sociales, familiares o comunitarias. El amor propio. Del amor propio al amor de Dios no hay más que un paso. A nosotros nos toca poner los medios que permitan detectar la llamada de Dios, que por otro lado es diaria y permanente.

María y José son llamados con palabra de amor. Dios declara su amor a María, su predilección por José. El ángel la llama "agraciada", "amada de Dios", "favorecida", "llena de gracia". Toda llamada de Dios es siempre una declaración de amor. El nombre nuevo es siempre sinónimo de: Amado de Dios, Dios está contigo. Cuando decimos a alguien: “Dios te ama”, le estamos recordando su nombre nuevo en fe cristiana. Cada uno de nosotros es “el discípulo a quien Jesús ama” que nos recuerda San Juan en el evangelio. Dios se da al llamado. Se fía el primero. Le confía una parte de su plan de salvación. Es Dios quien realmente arriesga, mucho más que el llamado. Nos lo recuerda Jesucristo en S. Juan 15, 16: "no me habéis elegido vosotros a mí. Yo os elegí a vosotros"; "ya no os llamo siervos, ahora os llamo amigos". La llamada de Dios sólo se puede entender desde el amor y en el amor. Dios, dándose, quiere imponerse a los demás amores. Pretende así que su llamada domine sobre las demás llamadas. Quiere realizar la liberación plena del llamado. La garantía de toda vocación es siempre el amor de Dios en el llamado y el amor a Dios como respuesta. Es como un recíproco intercambio de amor, un amor de entrega mutua, de confianza recíproca.

Dios llama a María y a José en la penumbra de la fe. No avasalla, ni aclara desde el principio todas las incertidumbres que la llamada suscita. Día a día, en el peregrinar de la fe, va ofreciendo signos que aclaran y mantienen viva la espera de que se cumplan las promesas que van unidas a la llamada. En esta llamada-respuesta existencial, que constituye el núcleo de toda vocación, va Dios manifestando el alcance de su predilección. Ahí también va descubriendo el llamado, siempre en la incertidumbre de la fe y con el gozo de la espera, el inmenso amor y la gran misericordia de Dios hacia su pequeñez. Poco a poco se da cuenta de la grandeza de la llamada. En la fidelidad diaria se va descubriendo el designio de Dios hasta reconocer la llamada misma como un gran don hacia su persona, como el mejor de los regalos. Toda vocación es un don del Señor del despilfarro.

La llamada de Dios es también una palabra de renuncia. A María y a José les lleva a romper sus planes personales y acomodarlos a los de Dios. Todo lo que pueda suceder después de acoger la llamada está condicionado por la propuesta vocacional. En el caso de María y José todo queda condicionado al Hijo, a Cristo. Siempre es el Hijo quien condiciona la respuesta. No pueden medir las consecuencias de su aceptación. María queda sorprendida por el mensaje. Se turba. José pasa días malos, sin saber qué hacer. Los planes personales de ambos quedan tan transformados, que no saben qué hacer. El ángel les explica algo del misterio, incluso ofrece un signo a María y el gran signo del hijo en el seno de María a José, pero tienen que fiarse de Dios. La vocación siempre exige fiarse en entrega, darse en confianza, aceptar en disponibilidad, amor y solamente amor. Nunca se puede explicar una vocación cristiana por el trabajo que se realiza. El trabajo se puede realizar de manera no vocacional. María y José, que estaban prometidos, se casan pero de manera diferente. Ahora se casan por respuesta vocacional, al servicio del Hijo.

Siempre hay que renunciar a los proyectos personales fiándose de Dios, de su Palabra, en la confianza de que se cumpla, porque para Dios nada hay imposible. Es la misma actitud que se le pide a Abraham: salir de su tierra (de lo que domina, de su yo), renunciar a sus planes, ponerse en marcha fiado de la promesa, que es una familia y una tierra nuevas. Siempre es una familia nueva y una tierra por estrenar, algo distinto donde está Dios. La familia de Dios y la tierra de Dios. El lugar donde se le encuentra, donde se manifiesta, donde asoma y se le ve en los ojos de cada hermano.

No podemos esperar otro tipo de llamada en nuestra vida. También se nos pide renuncia, conversión decimos. Programar la vida desde Dios renunciando a legítimas satisfacciones en función del Hijo, del reino, apoyados en el brazo de Dios, en la fidelidad a sus promesas. Esta renuncia ha de aceptarse en libertad. Hay que recibirla como un gran don, como una exigencia interna. Es siempre propuesta de amor y ejercicio de amor. Dios mismo impulsa la respuesta y acompaña el caminar.

También la llamada de Dios es palabra de misterio. Dios siempre se revela en el misterio. Hay que aceptar, como María y José, sin terminar de entender, fiándose de Quien llama. Ellos buscan luz antes de dar el consentimiento pero terminan aceptando desde la fe. A María se le explica: "el Espíritu Santo te cubrirá con su sombra". A José se le comunica que lo que hay en María es "obra del Espíritu Santo". Es una explicación paralela a la que aceptamos cuando buscamos garantías vocacionales, "el Espíritu de Dios es Quien mueve y reparte sus dones en la Iglesia para el bien de todos". La vocación cristiana se vive siempre en el misterio, en la confianza que da la fidelidad de Quien llama. Hay que fiarse en el misterio. Hay que fiarse del otro, en el matrimonio, y ambos de Dios que sella la unión de su amor. También aquí se vive el misterio.

Dios sigue llamando hoy en su Iglesia. No sólo en nuevas y audaces vocaciones, sino fundamentalmente en la invitación diaria a la fidelidad vocacional. En nuestros días se ha potenciado mucho en la Iglesia la dimensión vocacional de la vida cristiana, se ha desarrollado la misión eclesial del laicado. La familia como lugar vocacional. La vida familiar como respuesta cristiana en vocación matrimonial. Cada mañana, el Señor espabila el oído del llamado para enviarle, en su nombre, a nuevos desafíos de amor y de entrega entre los hombres. Cada mañana, el Señor reclama la renovación consciente de la respuesta dada el día del bautismo, ratificada en la confirmación y precisada en la profesión religiosa, pero siempre en la circunstancia concreta del quehacer diario. Que encuentre nuestro oído abierto y el corazón dispuesto. Que sepamos acoger la llamada, el gran don del amor diario, como lo hicieron María y José.

ORACION: Dios, Padre nuestro, que has llamado a la Sagrada Familia a colaborar de manera singular en la obra salvadora, te pedimos que nos des un corazón abierto para acoger como ellos tus llamadas.

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