Día 23. 22 de diciembre

MES DE LA SAGRADA FAMILIA

CON LA SAGRADA FAMILIA
Autor: H. Francisco Cabrerizo Miguel
Madrid, 2010
Propiedad Intelectual – Derechos Reservados
Edita: Hermanos de la Sagrada Familia

23.- LA VOCACION EN LA SAGRADA FAMILIA.

II

El diálogo vocacional no se reduce a la llamada. La respuesta es parte integrante de la vocación misma. En términos más precisos, la llamada y la respuesta se dan con simultaneidad. Veamos algunos aspectos de la respuesta que María y José dieron a la propuesta de Dios.

María y José no se cierran a la llamada. Acogen la palabra recibida para discernir en su corazón. Lucas señala que María discernía, "se preguntaba qué saludo era aquél" (Lc. 1, 29). Lo piensa. Cuando el ángel la explica el contenido del mensaje pregunta: "¿cómo será eso?" (Lc. 1, 34). Es mujer dada a la reflexión. Acoger la palabra para discernir. Es señal de madurez. El discernimiento acompaña siempre a toda decisión libre, a toda vocación. Profundizar en los sentimientos, comentar y compartir inquietudes, consultar, ser dócil interiormente ayudan a entender la llamada y a encontrar la respuesta. Zambullirse en la Palabra de Dios, rumiar las empolvadas llamadas seculares del Antiguo Testamento, entrar en las espontáneas propuestas de Jesús en el Nuevo Testamento, recorrer la acción de Dios en la historia de la Iglesia, paladear vidas de santos, son medios que ayudan poderosamente al discernimiento, y refuerzan la escucha y la respuesta.

El abrirse a la llamada no significa aceptar sin más, a lo que salga, sin ser consciente del compromiso. En la historia de la Iglesia descubrimos que no siempre se ha acertado en la respuesta desde el primer momento. Francisco de Asís, como primera respuesta vocacional a la llamada de reconstruir su Iglesia, comienza aportando piedras para arreglar la iglesia. Lo importante es no cerrar la puerta, no tomar posturas irreversibles. Dios, el primer comprometido con la vocación, irá clarificando situaciones, manifestando su voluntad en el llamado. Pero siempre a su paso y a su manera.

José se encuentra con el misterio realizado en María. Reflexiona, medita esta situación que tanto le compromete. Se encuentra en una gran incertidumbre, sin saber qué hacer. Como era “varón justo”, resuelve dejar a María en secreto. Con toda esta penosa y dura experiencia, acepta el reto y recibe a María en su casa. Se fía de lo oído en sueños. Se fía de Dios y se pone en sus manos con todo su empeño. Acepta a ciegas, fiado de la fe y del amor a María, del amor a Dios. Siempre la aceptación ha de ser en el amor y en la entrega.

Cuesta acoger la palabra, aceptar la llamada. Causa temor y miedo. "No temas, María" (Lc. 1, 30) la dice el ángel para tranquilizarla; "José, no temas" (Mt 1, 20), escucha en sueños. No temáis, nos dice también el Señor que conoce nuestra naturaleza. Acoger la palabra con reflexión y sin miedos, sigue siendo una de las actitudes básicas en toda respuesta vocacional. Los miedos llagan porque tememos equivocarnos, porque nos parece imposible, porque no queremos renunciar a nuestros proyectos, porque parece que nos piden demasiado, porque queremos garantías tangibles, porque buscamos certezas, claridad, porque no terminamos de fiarnos. Solamente en la entrega confiada, en la oración, en el acompañamiento espiritual escucharemos el “no temas” que nos envía el Padre. Todos necesitamos un ángel, un acompañante, una persona que nos confirme, casualmente muchas veces, el “no temas” de Dios. Nosotros mismos podemos ser el ángel para otras personas. A Agustín, en el jardín de su casa, le llegó la confirmación en las palabras que pronunciaba un muchacho a quien ni siquiera veía: “toma y lee”. Y abrió el libro por cualquier parte. Y leyó en Romanos. Ahí encontró su ángel.

María y José mantienen a lo largo de los días esta actitud de acogida a la Palabra que les llega en signos. Guardan y meditan las cosas en el corazón. La actitud de escucha, de acogida, ha de ser permanente en el llamado. Día a día hay que permanecer con el espíritu abierto, en sintonía con Dios, en discernimiento. Hay que tener pureza de intención y docilidad de espíritu para escuchar, siendo conscientes de que nuestro subjetivismo nos puede llevar a confundir la Palabra de Dios con las palabras humanas. Cristo nos manda "vigilar y orar… porque el espíritu está pronto pero la carne es flaca" (Mt.26, 41). Para acoger la Palabra se requiere la ayuda de Dios y la vigilancia.

La acogida de María y de José se expresa en una disponibilidad que es audacia en la fe. El "hágase en mí" (Lc. 1, 38) de María y el "la recibió en su casa" (Mt. 1, 24) de José, los introduce en una aventura insospechada. Se trata de ponerse en las manos de Dios dispuestos a realizar lo que El pida, con la única certeza de que Dios no falla. Se fían de Dios. Dios se ha fiado primero. Dios siempre es el primero en comprometerse con el llamado. El es quien realmente arriesga. Dios mismo impulsa la audacia. Nunca se puede explicar el cómo ni el porqué de la respuesta vocacional. Nadie puede atribuirse el mérito del compromiso. Sencillamente el sí lleva a la audacia sin pensarlo. Es el amor quien nos hace audaces. ¿Quién puede medir la audacia del amor? El amor es siempre loco e irracional. Se entrega porque ama.

Toda vocación se acepta en esta misma disponibilidad que es confianza. "Sé de quién me he fiado" dirá Pablo. Y Pablo sabe que Dios se ha comprometido por entero en su vida. “Dios es el que a nosotros y a vosotros nos mantiene firmes en Cristo y nos ha consagrado” (2 Cor. 1, 21) Dios nunca pide sin que Él mismo se comprometa hasta el fondo. Es el primero que se fía de nosotros y eso que nos conoce desde el seno materno. Por eso que hay que mantener la respuesta vocacional día a día en este diálogo de confianza y de confidencia que siempre se resume en el compromiso audaz de fiarse de Dios. Desde aquí emprendemos la vivencia vocacional como respuesta. La respuesta creativa a la llamada vocacional hace que el encuentro diario con Quien nos llama sea una necesidad imperiosa. En la escucha silente se aprende el mensaje a transmitir. En el encuentro íntimo se descubre la presencia del Dios a quien se sirve en amor. En la Palabra sentida y aceptada se encuentra a Dios que acompaña la respuesta y guía el corazón. En la vida compartida con el hermano necesitado se recibe la caricia amorosa de Dios que nos precede y nos espera en el otro. Toda vocación se hace oración, encuentro continuado, susurro de esperanza.

La respuesta de José va encaminada a permitir la realización de los planes de Dios en María. Ayuda y está en función de la respuesta de María, de igual modo que la respuesta de María permite la realización de la encarnación del Verbo, permite concretar la respuesta salvadora del Hijo ante el pecado del hombre. Las respuestas de María y de José confluyen en la respuesta de Cristo a los planes del Padre. Ahí confluye toda respuesta vocacional. Ahí, en la respuesta de Cristo, adquiere sentido nuestra respuesta en unión y como prolongación de las respuestas de María y de José. Siempre la respuesta vocacional es para servir al cuerpo de Cristo. Se da en la comunidad, en la Iglesia, en la familia. No hay vocaciones solitarias. El llamado a vivir en soledad está capacitado para vivir allá donde no puede llegar con el cuerpo, en la parte de la Iglesia que es inaccesible a muchas personas: el dolor, la injusticia, el espíritu misionero, la unidad, etc. El contemplativo vive en el corazón mismo de la Iglesia y llega allá donde no hay caminos, donde solamente hay personas. Vocación y comunidad son inseparables.

Aceptamos la vocación en la aceptación realizada por Cristo. Nuestro sí adquiere consistencia en el "aquí estoy para hacer tu voluntad" (He. 10, 7) de Cristo. Así podemos entender mejor su promesa de estar con nosotros hasta el final de los tiempos. Él mismo queda comprometido con nuestra respuesta. Cristo no es solamente el modelo de la respuesta vocacional. Es la respuesta misma. Si existe vocación es desde, en y dentro de Cristo. En Él se puede responder, guiados por el mismo Espíritu que animó su vida y guió sus pasos. En el cristo vivo, en su Iglesia, se encuentra la respuesta y la novedad de la llamada. Porque la respuesta vocacional no es un sí estático que se pronuncia en el bautismo, el día de la profesión, en la confirmación o el día de la boda. La respuesta es viva, por tanto creativa, nueva cada día. Estrenamos vocación cada mañana, en cada instante. Dios nos habla al corazón y se nos entrega cada amanecer, con la aurora del vivir.

Que la Sagrada Familia nos ayude a comprender la llamada y a aceptar la respuesta. Que nuestro sí prolongue en el tiempo el SI que se vivió en Nazaret y que resuena en tantos lugares de la Iglesia. No vamos solos con la respuesta. Jesús, María y José nos preceden y nos acompañan. Con ellos hacemos familia vocacional.

ORACION: Dios, Padre nuestro, que encontraste en la Sagrada Familia una respuesta completa según tus designios, danos fortaleza y confianza para no defraudar tus planes en nuestras vidas.

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