Día 25. 24 de diciembre

MES DE LA SAGRADA FAMILIA

CON LA SAGRADA FAMILIA
Autor: H. Francisco Cabrerizo Miguel
Madrid, 2010
Propiedad Intelectual – Derechos Reservados
Edita: Hermanos de la Sagrada Familia

25.- NAZARET, HUERTO DE VIRGINIDAD.

Podemos decir que, al entrar Dios en el mundo brota la virginidad cristiana. Es un don del Nuevo Testamento, un regalo al nuevo Pueblo de Dios, que Cristo inaugura en su familia, en la Iglesia naciente que es Nazaret. Jesús adelanta en su familia humana este valor del reino de Dios, este don y regalo del Padre. Esta virginidad cristiana sembrada en Nazaret se ha manifestado fecunda con la fecundidad del Espíritu, que traspasa todo cálculo, toda raza, toda situación y todo género de personas. Incluso toda edad y condición.

Cristo mismo, ante la extrañeza de los discípulos, proclama que el celibato por el reino de los cielos no es solamente cuestión de voluntad humana, sino que implica siempre una intervención de Dios. Es un don que no se concede a todos. Esta proclamación del don del celibato va unida al don de la castidad en amor matrimonial. Ambos son posibles como dones de Dios y con la ayuda de su gracia. Ambos son por el reino de los cielos. Por la sola voluntad humana y con el solo esfuerzo podemos ser célibes, permanecer solteros y vivir en castidad pero no por el reino de los cielos. Cuando Dios interviene, las cosas cambian, lo imposible se hace realidad y el absurdo humano cobra sentido de salvación. La causa del reino es determinante en el celibato y en la castidad cristianos.

Y en Nazaret interviene Dios, nos dicen los evangelistas. Por ello no nos extraña que María sea llamada la Virgen desde la fe de la Iglesia primitiva y después la de todo el pueblo de Dios. El mismo Espíritu Santo la proclama así a través de Lucas (Lc. 1, 27) y de Mateo (Mt. 1, 18-25) desde la Palabra de Dios. Para el pueblo cristiano es su título singular: “La Virgen”. María recibe en plenitud el don de ser virgen por el reino de los cielos. Y ello clarifica e ilumina el que sea madre de los creyentes, madre universal. La madre universal, forzosamente y gozosamente ha de ser virgen.

Es también natural, desde esta perspectiva, que José sea llamado por la Iglesia "el castísimo esposo de la Virgen María" y que la fe del pueblo cristiano corrobore este apelativo. También José participa del don de la castidad cristiana, la castidad por el reino de los cielos. Dios puede llenar de sus dones a la familia de Nazaret. Dios llena igualmente de sus dones toda familia, toda comunidad que se abra a la acción de su Espíritu. Nuestra casa también quiere ser llenada de los dones de Dios. ¿Tiene cabida? ¿Puede entrar Dios con sus dones? ¿Qué espacios le reservamos? Él es el Señor.

Y es que Nazaret es, ante todo, experiencia fuerte de Dios, actuación de Dios en el hombre y en la humanidad misma, con la plenitud que le permite un corazón que se entrega sin reservas. Ya desde la anunciación se vive una experiencia profunda de la presencia y de la acción de Dios en María, sobre todo, y también en José. Esta experiencia encuentra su expresión vital en el peregrinar de la fe, que marca toda la vida de la Sagrada Familia, aunque ciertamente que el punto de partida es del todo único y singular. La presencia central de Cristo en estos acontecimientos da un sentido profundo y novedoso, incluso autentifica, estas relaciones de entrega. Es la misma presencia de Cristo quien permite recrear y prolongar en nuestra casa, en nuestra comunidad, la misma experiencia transformadora de Dios que se vivió en Nazaret. Hoy aquí, en casa.

Cristo, el hijo de la promesa, el fruto directo del Espíritu, está ahí, en su casa. Desde esta experiencia tan especial de Dios, nos resulta asequible y casi natural la virginidad que se vive en Nazaret. En la historia de la Iglesia abundan los testimonios (Ignacio de Loyola, Francisco de Asís, Agustín...) de personas que aceptan el celibato por el reino de los cielos después de tener una experiencia profunda de Dios, y esto, casi como la consecuencia más lógica de su vida. En contraste con el Antiguo Testamento, donde hombres como Moisés, Abraham y otros, con una fuerte experiencia de Dios, no optan por el celibato. Éste es un don cristiano inaugurado en Nazaret. La virginidad sin experiencia de Dios difícilmente es celibato cristiano. Éste es una opción existencial de amor por el reino, por Cristo. Generalmente se hace muy difícil el vivirla desde las propias fuerzas, imposible humanamente, y puede terminar en egoísmo estéril.

En Nazaret la virginidad se hace amor y entrega. Les impulsa a dejarse poseer por Dios como el todo de la vida. Desde esta posesión aman y se entregan a Cristo con todo su ser. Aman y se entregan en su matrimonio, en su familia. Viven siempre en atención al otro, en delicadeza, manteniendo la unidad en un solo corazón y una sola alma. Sabemos que desde Cristo se llega, en el amor y en la entrega, a todos los hombres. En María y José es claro, porque descubren que Cristo no les pertenece, que es para todos, como se puede ver en la actitud que María tiene con los apóstoles en el Cenáculo y con la primera comunidad cristiana. El celibato por el reino es siempre apertura del corazón, entrega sin cálculos, audacia de acogida, proximidad de encuentro, interés por la vida del otro. Es universal y sin reservas, llaga a todos los hombres con quienes el célibe se encuentra. Es acogedor. Es humano, tremendamente humano y sensible. Compromete en alegría y recibe con gratitud. Es agradecido y sencillo. Se expresa con toda naturalidad, sin complicaciones.

Así es siempre la virginidad: dejarse poseer por Cristo hasta ser sólo de Dios para poder ser de todos, y esto con la alegría de saberse poseedor de un gran don que a la vez es fragilidad. Un tesoro que se lleva en vaso de barro. Un don y un regalo que hay que mimar cada día, personalmente y en la comunidad. No crece solo ni se expresa encerrado. No es huir sino acercarse, darse, estar. Es en la comunidad, en la familia, donde se manifiesta con más fuerza. Así es también la castidad cristiana, que ama plenamente a Dios en la mediación del regalo recibido en el sacramento del matrimonio. Entrega el vivir y se abre a los otros desde el compromiso vivido en entrega mutua y en mutua entrega al Señor de su familia. Ahí, en la apertura y en la entrega dentro de la comunidad cristiana, eclesial, se vence la monotonía, se encuentran metas y desafíos nuevos, se evita la rutina de saber lo que dice el otro antes de que abra la boca. La novedad no viene de los viajes, del bar, del restaurante o de las diversiones, con ser todo ello bueno y saludable. La novedad viene del amor, pero se enriquece infinitamente desde el amor cristiano. Ahí encuentra su punto de mira al infinito. Por eso, dejarse poseer por Cristo es esencial en la castidad cristiana. El celibato y la castidad cristiana siempre son plurales. Es cosa de dos, que se multiplica dando cabida a todos, abriéndose al infinito.

En Nazaret la virginidad es generosidad. María y José ofrecen sus personas a los planes del Padre con toda plenitud, confiados en que Dios puede realizar lo imposible, con la certeza de que Dios actúa. Es aquí, en la generosidad y en la confianza, donde germina y florece la encarnación. Ahí nace y crece Cristo. En el celibato por el reino siempre nace y se desarrolla Cristo. Es su ternura, su delicadeza, su amor el que se expresa en el célibe y en el casto por el reino. La entrega de la persona, sin reservas ni condiciones, para siempre y en todo, es connatural al celibato y a la castidad cristianos. Siempre en generosidad.

No podemos entender un celibato por el reino de los cielos, o una castidad cristiana, egoísta o con reservas en la persona, en el corazón o en el tiempo. No puede darse a tiempo parcial. No admite división en lotes. Ha de ser generoso y confiado, no desde la propia voluntad sino desde Dios que llama, siempre en la entrega de ser exclusivamente para El. Es para siempre. No se vive a temporadas ni por parcelas de la persona. Abarca todo el ser y toda la existencia. El amor no puede tener límites. Asusta, pero con Dios es posible, se hace necesario. Con el tiempo se descubre el inmenso don que es el celibato y la castidad cristiana.

En Nazaret la virginidad es desprendimiento. María y José tienen que abandonar sus propios planes para ponerse al servicio de los planes de Dios en función del hijo. Y lo hacen con dolor y confianza. Cristo mismo vive su celibato por el reino en el anonadamiento de Nazaret, donde parece que no existe ningún sentido para la lógica humana. La virginidad consagrada es desprendimiento de uno mismo en el silencio del amor callado, sean cuales sean las circunstancias que rodean la vida. Este desprendimiento abre el ser entero a la acogida. Despierta la sensibilidad para sentir y recibir al otro. No es un desprendimiento que anule la persona sino que libera para amar sin reservas, para entender y recibir los dones de los demás. Afina la sensibilidad. Esta misma es la dimensión de la castidad cristiana.

El celibato por el reino de los cielos exige siempre desprendimiento, implica romper los propios proyectos, encauzar y podar el corazón para que encaje en los planes de Dios, para servir a las exigencias del reino. Y esto, aunque parezca una mutilación y un absurdo para la lógica humana. El celibato religioso sirve a la causa de Dios, es asunto de amor y de elección, no es cuestión de eficacia o de organización, y mucho menos se trata de una costumbre singular. Es Cristo mismo quien le inspira. María y José le viven desde Cristo y al estilo de Cristo. En Cristo adquiere toda su fuerza. En Cristo y en su reino. Es la gran paradoja del celibato y de la castidad cristiana. Lo que parece mutilación es fecundidad y grandeza. Es apertura a horizontes sin límite. Es capacidad para saborear lo auténtico, lo genuino, lo sabroso del amor y de la persona. Lo más humano y lo más divino de la persona. Es lo nuestro, la partecita más visible de Dios en nosotros.

Por esto mismo el celibato consagrado es también soledad. Una soledad llena de la presencia amorosa de Dios, pero sin la compensación afectiva humana y física que exige el hecho de ser seres sexuados. Por esto que necesitamos de las normas de la prudencia y de la ascesis. En este sentido también es conquista, o mejor, don a cultivar cada día en el trato amoroso con Quien nos llama por este camino. Otro tanto sucede con la castidad cristiana. Es también soledad compartida en plenitud con el cónyuge, con la renuncia a otras expresiones físicas connaturales con el hecho de ser seres sexuados. Es la elección realizada, que implica renuncia a otras opciones que podan, limitan y atrofian el crecimiento en el amor y deforman el amor mismo, pero que reafirma la opción tomada y la hace plena en fecundidad creativa. Exige esa soledad, intimidad es la mejor expresión, que no atiende otras llamadas porque limitan y mutilan el don recibido. Hay que cultivar cada día esta faceta de la castidad y del celibato. En Cristo se puede, se ve como lo más natural. En la comunidad y en la familia encuentran el ambiente natural para manifestarse.

La Sagrada Familia vive su virginidad en la comunidad del hogar de Nazaret. Aspecto este de particular relieve para nosotros y para todo aquel que sienta a la Iglesia como comunidad de creyentes. Aquí, en la comunidad eclesial, y de manera inmediata en la comunidad religiosa, encuentra su cauce natural el celibato consagrado y aquí halla su ambiente más propicio. El distanciamiento afectivo o efectivo de la comunidad termina poniendo en peligro el celibato religioso. Así puede uno vivir célibe pero difícilmente puede vivir su celibato por el reino de los cielos. La castidad cristiana necesita un ambiente familiar y comunitario para poder desarrollar toda su capacidad creativa. Necesita palabras de atención y ternura, comunicación de sentimientos y vivencias, no acostumbrarse a estar juntos pero no unidos, comentar la vida misma, las alegrías y los problemas, estar presente conscientemente dejando en segundo término compromisos eludibles,… Necesita compartir vida y vivencias. Mantener la unidad familiar y comunitaria.

Desde Nazaret podemos aplicar al celibato religioso y a la castidad cristiana lo que Pablo aplica a la caridad (al amor cristiano) el la carta a los Corintios 11: el celibato, la castidad cristiana, es paciente, no se inmuta, no lleva cuentas del mal; perdona siempre; comprende siempre; espera siempre;... Es creativo y audaz. Sabe arriesgar. No es una frustración o un sin sentido, sino una realidad creativa y dinámica. Una expresión de amor concreto y eficaz, fuente de grandes recursos apostólicos. Impulsa siempre a una entrega concreta y desinteresada.

Que la Sagrada Familia nos ayude para agradecer cada día el don del celibato y para que cada comunidad sea un huerto de virginidad al estilo de Nazaret. Que en cada familia brille la perla de la castidad cristiana matrimonial como un don precioso a ofrecer a los hombres de hoy.

ORACION: Dios, Padre nuestro, que has inaugurado en Nazaret un amor virginal y total por el reino de los cielos, te pedimos que acrecientes en nosotros el don de la virginidad y manifiestes en nuestra vida la grandeza de tu gracia.

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