Día 7. 6 de diciembre

MES DE LA SAGRADA FAMILIA

7.- UNA VISITA DE CALIDAD. Mt. 2, 1-12.

Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: "¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?. Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo". Al enterarse el rey Herodes se sobresaltó y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: "Y tú Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel". Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: Id y averiguad cuidadosamente lo que hay del niño, y cuando lo encontréis, avisadme para ir yo también a adorarlo. Ellos, después de oír al rey se pusieron en camino, de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino. (Mt. 2, 1-12)

Es un episodio lleno de colorido y no exento de drama. El evangelista afirma por primera vez que Cristo nace en Belén de Judá, en la "tierra del pan". Cita la profecía de Miqueas, (Miq. 5, 6), que designa a Belén como el lugar de nacimiento de un nuevo rey, "el rey de los judíos" (Mt. 2, 3). Pone en boca de los Magos este título de Cristo, que es el mismo que coloca Pilatos en la cruz (Mt. 27, 37) para expresar la causa de su muerte y de su rechazo. Es también el mismo título que emplean los soldados (Mt. 27, 30) y los sumos sacerdotes en la cruz para reírse de él (Mt. 27, 42). Lo coloca en boca de aquellos que siempre ven el amor como una alianza momentánea de intereses, como un comercio, como una lucha por ser importante.

Cristo es aquí proclamado ante los judíos y los gentiles como el Mesías Rey prometido, que nace en Belén, en su tierra, en la sencillez de la vida, cumpliendo las profecías sin hacerse notar, sin ruido, de forma antimesiánica.

El Dios silencioso, majestuoso en lo sencillo, se manifiesta por mediaciones insospechadas. Presenta aquí también la mediación de Israel para encontrar al Mesías. Son los sacerdotes quienes indican dónde ha de nacer el Mesías. Los gentiles buscan a Cristo y le encuentran por mediación de los judíos. Estos señalan el lugar pero no van a comprobarlo. Siguen mirando a lo alto, a lo razonable, a lo escrito, a lo seguro. Su actitud no es de aceptar ni de verificar los signos, sino de rechazar. Lo que se les ofrece no responde a sus esperanzas. Están dominados por sus certezas.

"Postrándose, le adoraron" es la manera de expresar su reconocimiento de Cristo como el Dios con nosotros. La actitud de adoración es lo importante. También nos presenta la indiferencia de los judíos ante el acontecimiento, ante Cristo Mesías.

Le encuentran con María, su madre. Cuatro veces repite Mateo esta frase (Mt. 2, 13; 14; 20; 21). María y Jesús unidos en el encuentro con los hombres. Además le encuentran en la casa, entre los suyos. Ahí reconocen y adoran a Cristo. Coloca también la estrella que guía la peregrinación de los Magos y que es la causa de la misma. Una estrella que puede ser la luz de la fe que guía a los gentiles y que los judíos no perciben.

María, la madre. La madre es hermosa. Es, más que hermosa. Es la vida misma en su más tierna explosión de aurora. Es hermosa al despojarse de sus ocupaciones en amor para vestir la desnudez del hijo, para estar al lado de su cuna. Todas las madres tienen este magnífico don que alegra al mismo Dios. No podemos imaginarnos a la madre sin el vestido de su amor. La hermosura viene del amor. El amor viene de la atención. La atención sencilla al sencillo. La atención humilde al humilde. La atención al hijo que llora en la cuna. Es la madre quien responde y es Dios quien se despierta y llega. María es la madre que nos revela al mismo Dios. (Cfr. Christian Bobin, Le Très Bas)

María y José, que acogen al Mesías y le presentan a los gentiles, aparecen como dos personas unidas al misterio de Jesús, porque aceptan la manifestación del designio de Dios. Con ellos se inaugura la "casa" donde Jesús es acogido, donde Dios vive en familia, donde se le encuentra. Es la casa de Belén, "casa de la tierra del pan". Pan de la Palabra. Pan de la eucaristía. Hoy también, María y José garantizan el misterio de Jesús ya que en ellos, especialmente en María, se han cumplido en plenitud todas las promesas del reino.

Nuestra comunidad religiosa o familiar es prolongación del hogar de María y de José. También en ella Cristo espera ser acogido y espera ser manifestado a los hombres. El es el centro, el rey. No lo es la familia, (la comunidad), ni siquiera la madre. La comunidad, la familia, ha de ser también su casa, donde El pueda vivir entre los suyos. Esto exige la aceptación consciente del misterio de Cristo como ocurrió con María y José. Cristo aceptado en el dolor y en la renuncia a los propios planes, en el "hágase en mí" de María y en el "la recibió en su casa" de José. Siempre en la entrega de la fe.

Cristo nos pide adoración y reconocimiento, igual que a los Magos. El es el corazón de la comunidad, de la familia. Vive y está entre nosotros. Busca la misma actitud que encuentra en los Magos. La tentación más frecuente es la misma en la que caen los judíos: les parece demasiado un Mesías así. Están seguros en sus escrituras, en ser hijos de Abraham y no prestan atención a los signos, a los interrogantes que les plantea una intervención de Dios. Miran al Dios de las alturas. Se olvidan del Dios humilde, tan bajo que comparte el sufrimiento del hombre, es sensible a las preocupaciones de sus hijos. Por eso, solamente señalan el lugar sin molestarse en ir a comprobarlo.

Es también la tentación de la comunidad: poner más atención a cuanto adorna y acompaña al misterio (horarios, relaciones, trabajo, apostolado incluso,...) que al misterio mismo que es Cristo, quien da vida y sentido a todo lo demás. Puede ocurrirnos como a los habitantes de Jerusalén que lleguemos a indicar el camino a los demás sin terminar de aceptar nosotros mismos que al final haya Alguien. Como los sacerdotes, a veces repetimos lo que otros, profetas ciertamente, han dicho de Cristo, pero sin la convicción de que está entre nosotros, de que sea real lo que anunciamos. Sin experiencia vital. Los pastores anuncian lo que han visto y oído. Y nos podemos quedar sin adorarle, sin reconocerle como Mesías, como el Dios en casa, Dios con nosotros.

El elemento primero para evitar estos extremos es la renuncia al yo personal unida a la aceptación de lo anunciado por Dios, a la fe en su Palabra hasta crear la familia-comunidad que manifieste a Cristo. Cuántas veces el yo personal y egoísta va encubierto en afanes por el reino, preocupaciones, trabajos, etc. donde casi no cabe Dios. Los Magos adoran. ¿No convendrá recuperar un poco más el sentido de adoración de la vida religiosa, de la vida cristiana?

A veces, incluso podemos ponernos en plan de espectadores seguros de nosotros mismos. Así sucede a los sacerdotes, en el relato de la pasión, que dan a Cristo el título de Rey pero exigiendo signos. Pedimos también signos y eficacia en los demás, en la comunidad incluso, recabando una presencia de Cristo más viva en ella. Los Magos adoran sin más, le dan sus ofrendas y no exigen signos.

Pilatos emplea el título de Rey para escarmiento de cuantos decidan presentarse como salvadores del pueblo. Es la causa oficial de la condena. No interesa un rey que se oponga al poder, que proclame la libertad. Cristo empleado como bandera, como ideología, como causa que justifica mi propio pensar, mi manera de ser e incluso mi inquietud religiosa. Cristo, rey de los judíos, causa de escándalo o de división.

La actitud correcta es la de los Magos: adorarle, reconocerle como el Señor de la vida. Y adorarle postrados, con la persona en disponibilidad, como el siervo que cumple lo que le ha dicho su señor.

Que la Sagrada Familia nos ayude a reconocer y adorar a Cristo en la comunidad con María su madre.

ORACION: Dios, Padre nuestro, que has querido manifestar a tu Hijo en familia a través de una estrella, concédenos, te rogamos, que nuestra vida sea una continua adoración de tu Persona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Te invitamos a dejarnos tus comentarios, sugerencias u observaciones. Gracias por hacerlo.