15 de julio de 2013


…El que pierda su vida por mí, la encontrará… 

PRIMERA LECTURA
Lectura del libro del Éxodo    1, 7-14. 22

    Asumió el poder en Egipto un nuevo rey, que no había conocido a José. El dijo a su pueblo: «El pueblo de los israelitas es más numeroso y fuerte que nosotros. Es preciso tomar precauciones contra él, para impedir que siga multiplicándose. De lo contrario, en caso de guerra se pondrá de parte de nuestros enemigos, combatirá contra nosotros y se irá del país.»
    Entonces los egipcios pusieron a Israel a las órdenes de capataces, para que lo oprimieran con trabajos forzados. Así Israel construyó para el Faraón las ciudades de almacenamiento de Pitón y Ramsés. Pero a medida que aumentaba la opresión, más se multiplicaba y más se expandía. Esto hizo que la presencia de los israelitas se convirtiera en un motivo de inquietud. Por eso, los egipcios redujeron a los israelitas a la condición de esclavos, y les hicieron insoportable la vida, forzándolos a realizar trabajos extenuantes: la preparación de la arcilla, la fabricación de ladrillos y toda clase de tareas agrícolas.
    Entonces el Faraón dio esta orden a su pueblo: «Arrojen al Nilo a todos los varones recién nacidos, pero dejen con vida a las niñas.»
Palabra de Dios.

SALMO    
Sal 123, 1-3. 4-6. 7-8 (R.: 8a) 
R.    Nuestra ayuda está en el nombre del Señor.

    Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
    -que lo diga Israel-
    si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
    cuando los hombres se alzaron contra nosotros,
    nos habrían devorado vivos
    cuando ardió su furor contra nosotros. R.

    Las aguas nos habrían inundado,
    un torrente nos habría sumergido,
    nos habrían sumergido las aguas turbulentas.
    ¡Bendito sea el Señor, que no nos entregó
    como presa de sus dientes! R.

    Nuestra vida se salvó como un pájaro
    de la trampa del cazador:
    la trampa se rompió y nosotros escapamos.
    Nuestra ayuda está en el nombre del Señor,
    que hizo el cielo y la tierra. R.

EVANGELIO
    X Lectura del santo Evangelio según san Mateo    10, 34-11,1

    Jesús dijo a sus apóstoles:
    «No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa.
    El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
    El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió.
    El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo.
    Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa.»
    Cuando Jesús terminó de dar estas instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí, para enseñar y predicar en las ciudades de la región.
Palabra del Señor.

PARA REFLEXIONAR

Comenzamos hoy la lectura del Libro del Éxodo, uno de los libros del Antiguo Testamento. Nos describe, la hazaña de la salvación del pueblo de Israel, arrancado de la esclavitud de Egipto.
Dios se revela aquí como el «Dios de los pobres», Dios oye el grito de los pobres. Es un canto al Dios que salva; este pueblo, una vez liberado, estará al servicio del Señor.
La lectura de hoy, nos presenta la situación de los hebreos en Egipto, bajo «un nuevo rey».
El faraón de Egipto, sospechando de aquel pueblo que crecía y se multiplicaba en su tierra, pensó que tal vez un día, esos hombres podrían levantarse contra el verdadero pueblo egipcio, o incluso aliarse con sus enemigos.
Tomó medidas contra ellos: decretó que se impusiera a los hebreos trabajos forzosos extremadamente duros, amargándoles la vida, con el propósito de agotar sus fuerzas. Israel es reducido a cruel servidumbre, capataces brutales, vida insoportable; pero cuánto más los oprimían, más se multiplicaban.
Viendo que este sistema no funcionaba, el faraón pensó en la aniquilación de Israel, eliminando los hijos varones que nacieran.
***
En el centro del proceso de formación y preparación misionera de los discípulos, Jesús establece criterios profundos y duros de digerir.
Como trasfondo de este evangelio de Mateo, está la primitiva comunidad, que vive tiempos difíciles a causa de la persecución y el martirio. En ese contexto se trata de encontrar un sentido al sufrimiento y a la contradicción.
Por eso la afirmación de Jesús aparece fuerte, contundente y desconcertante. Es el Mesías de paz y afirma que ha venido a traer la espada. Esto produce desconcierto en sus oyentes más próximos, porque también pide ocupar el primer lugar en la escala del amor.
Si Jesús fue causa de profundas contradicciones, también lo serán sus seguidores. La persecución y el martirio serán consecuencia de la coherencia y fidelidad en el seguimiento del maestro. El evangelio vivido prioritariamente, siempre es motivo de rechazo y conflicto porque entra a cuestionar el estilo de vida y eso, desde luego, incomoda.
Tomar la cruz para seguirlo, en una opción que rechaza el mal en todas sus formas, y expresa el amor en gestos sencillos y concretos, dirigidos a los más pequeños, nos hace experimentar  la dignidad de los hijos de Dios.
Todo esto es imposible con el sólo deseo o esfuerzo, es fruto en nuestra vida, de un amor que nos amó primero; hasta dar la vida.
El que nos invita a cargar la cruz y seguirlo; ha cargado primero, por amor a nosotros, la cruz siguiendo obedientemente la voluntad del Padre.

PARA DISCERNIR

¿Acepto las implicancias del seguimiento de Cristo?
¿Qué lugar ocupa en mi escala de valores mi amor por Él?
¿Cargo con confianza la cruz?

REPITAMOS Y VIVAMOS HOY LA PALABRA

…El que pierda su vida por Jesús, la conservará…

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

…”El Carmelo era mi aspiración desde hacía casi doce años. Al recibir el bautismo el día de Año Nuevo de 1932, no dudaba de que este fuera una preparación para mi ingreso en la orden. Pero después, algunos meses más tarde, al encontrarme por vez primera frente a mi querida madre después del bautismo, entendí que ella no habría estado en condiciones, por ahora, de soportar este segundo golpe: no habría muerto de dolor, no, pero su alma habría quedado literalmente inundada de tal amargura que no me sentía capaz de cargar con semejante responsabilidad [...].
El último día que pasé en casa era el 12 de octubre. Mi madre y yo nos quedamos solas en la habitación, mientras mis hermanas se ocupaban de lavar los platos y poner todo en orden. Escondió el rostro entre sus manos y empezó a llorar. Me puse detrás de su silla y fui apretando contra mi seno su cabeza de plata. Nos quedamos así mucho tiempo, hasta que conseguí persuadirla de que se fuera a la cama; la llevé y le ayudé a desvestirse… por primera vez en toda mi vida [...].
A las cinco y media salí como siempre de casa para escuchar la santa misa en la iglesia de San Miguel. Después nos reunimos para el desayuno; Erna llegó hacia las siete. Mi madre intentaba tomar algo, pero pronto alejó la taza y empezó a llorar como la noche anterior. Me acerqué de nuevo a ella y me abracé a ella hasta el momento de marcharme. Entonces le hice una señal a Erna para que ocupara mi puesto. Tras ponerme el abrigo y el sombrero en la pieza de al lado… llegó el momento del adiós. Mi madre me abrazó y me besó con mucho afecto [...].
Finalmente, el tren se puso en marcha. Ahora se había hecho realidad lo que apenas me hubiera atrevido a esperar. No se trataba, a buen seguro, de una alegría exuberante que pudiera apoderarse de mí… ¡lo que había pasado era demasiado triste! Pero mi alma se encontraba en una paz perfecta: en el puerto de la voluntad de Dios”…
EDITH STEIN.

PARA REZAR

No te inquietes por las dificultades de la vida,
por sus altibajos, por sus decepciones,
por su porvenir más o menos sombrío.
Quiere lo que Dios quiere.

Ofrécele en medio de inquietudes y dificultades
el sacrificio de tu alma sencilla que, pese a todo,
acepta los designios de su providencia.

Poco importa que te consideres un frustrado
si Dios te considera plenamente realizado;
a su gusto.
Piérdete confiado ciegamente en ese Dios
que te quiere para sí.
Y que llegará hasta ti, aunque jamás le veas.

Piensa que estás en sus manos,
tanto más fuertemente cogido,
cuanto más decaído y triste te encuentres.

Vive feliz. Te lo suplico.
Vive en paz. Que nada te altere.
Que nada sea capaz de quitarte tu paz.
Ni la fatiga psíquica. Ni tus fallos morales.
Haz que brote, y conserva siempre sobre tu rostro
una dulce sonrisa, reflejo de la que el Señor
continuamente te dirige.

Y en el fondo de tu alma coloca, antes que nada,
como fuente de energía y criterio de verdad,
todo aquello que te llene de la paz de Dios.

Recuerda:
cuanto te reprima e inquiete es falso.
Te lo aseguro en nombre de las leyes de la vida
y de las promesas de Dios.
Por eso, cuando te sientas
apesadumbrado, triste,
ADORA Y CONFÍA…

Padre Teilhard de Chardin

LECTIO DVINA 

No vine a traer la paz, sino la espada

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo    10, 34 - 11, 1

    Jesús dijo a sus apóstoles:
«No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa.
El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.  
El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió.
El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo.
Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa.»
Cuando Jesús terminó de dar estas instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí, para enseñar y predicar en las ciudades de la región.
Palabra del Señor. 

1.     LECTURA - ¿QUÉ DICE EL TEXTO BÍBLICO?

 ·   Guías para la lectura:
                
10.34: No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada.
Jesús ha venido a traer la paz de los hijos de Dios (5,9). Pero no es una paz pacífica. Desafía el mal, y pasa a través de luchas agudas, haciendo explosionar contradicciones lacerantes. Es la paz del Cordero sobre el cual recae la violencia de los lobos, muy diferente de la “paz perniciosa” de quien se adecúa al mal. Es la paz del reino, reservado a los “violentos” (11,12). La espada que Jesús usará no será la que extrae Pedro (26,52s), sino la confianza en la Palabra del Padre; es la espada de doble filo (Sal 149,6). 
10.35: Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra.
La Palabra es una espada afilada (He 4,12): entra en el caos del pecado, que invade y pervierte toda relación (Mi 7,6), y allí obra su distinción que da vida. Como el maestro, así también el discípulo entra en el mal del mundo, comenzando por el que está en su propio corazón, y allí realiza “su” juicio. 
10.36: y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa.
Jesús vino entre los suyos, y no lo recibieron (Jn 1,11; Mt 13,53-57; Mc 3,20s). Fue vendido por uno de sus mismos discípulos, fue negado y abandonado por ellos; su pueblo lo condenó así como sus jefes, en alianza con los paganos. Fue rechazado por todos aquellos a quienes Él no se avergonzó de llamar hermanos (Heb 2,11). 
10.37: El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.
Jesús puede no ser amado. Pero no puede ser amado menos que otro: no sería el Señor, a quien hay que amar con todo el corazón (Dt 6,5s). Dios es amor. Si fuera amado no en sí mismo, no sería Dios y no sería amor. Amo a Cristo, mi vida (Flp 1,21), porque Él me amó primero y se entregó Él mismo por mí (1 Jn 4,9; Ga 2,20). A su pasión sufrida por mí respondo con la mía sufrida por Él: he sido conquistado, y también corro por conquistarlo (Flp 3,12). El amado llega a ser la vida de quien lo ama: los amantes se comunican recíprocamente lo que tienen y lo que son. Si “soy para Él, como Él es para mí” (Ct 2,16; 6,3; 7,11), soy de verdad “digno de Él”,  hecho una sola carne con Él en el único amor. 
10.38: El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.
Cada uno tiene “su” cruz, que puede ser sólo suya: la lucha contra el mal que hay en él. Solamente Jesús, es el único sin culpas, llevó no la suya, sino nuestra cruz. Cada uno de nosotros, en pos de Él, como el cireneo, lleva la cruz de Jesús, que es en realidad la nuestra, en la cual Él morirá en lugar de nosotros. Y cuando nosotros somos incapaces de llevarla, Él mismo se hace nuestro cireneo. Cuando llevamos nuestra cruz no estamos solos. Él está delante, y lleva la parte más pesada, sobre la cual será levantado. Nosotros, en pos de Él, llevamos la parte liviana, que será clavada en tierra y sobre ella bajará su sangre. De este modo colaboramos libremente con su lucha y su victoria, volviéndonos semejantes a Él, con la misma dignidad de Dios que es la libertad, amor y servicio. 
10.39: El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
Todo hombre quiere poseer la propia vida. Pero en la medida en que lo logra, se vuelve egoísta, y la pierde: mata su vida filial y fraterna. La vida se nos da para perderla, no sólo porque, como todo animal, somos mortales; sino sobre todo porque vivir es amar, y amar es entregar la propia vida con un don. La vida no se puede retener: vivir es inspirar y espirar, dar gratuitamente amor como lo recibimos gratuitamente. La vida no se
da por desprecio, sino que se entrega como un don por amor a Jesús. 
10.40: El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió.
El enviado es igual al Hijo, que es el primero en acoger como acogido por el Padre: lo dio todo y se hace el necesitado de acogida, para que todo el que lo acoja, se vuelva hermano suyo, igual al Padre que acoge a todos. La gratuidad y la pobreza, propias de la misión, son la astucia inventada por Dios para liberar en el hombre su centella divina: la capacidad de acoger. La riqueza y la fuerza provocan rapiña y violencia; la pobreza y la debilidad provocan aceptación y misericordia. El apóstol se pone como Jesús en las manos de los hombres que harán lo que querrán. Vive con los hermanos la misma confianza que tiene con el Padre, y le reconoce a cada uno la dignidad de hijo. ¡Uno, tarde o temprano, vive la dignidad que le reconocen! 
10.41: El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo.
Quien acoge, más que dar, recibe: recibe la misma dignidad de quien es acogido. Por eso el Señor se hizo el más pequeño de todos: para que, acogiéndolo, lleguemos a ser como Él, el Profeta, el Justo, el Hijo. 
10.42: Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa.
Los discípulos enviados se vuelven “pequeños”, como el Señor. De ellos es el reino de los cielos (18,3-5). Quien los acoge, entra en el reino: acoge al Hijo y se vuelve hijo. Aun el mismo gesto de acogida – un vaso de agua fresca – es un gesto divino, imperecedero. 
11.1 Cuando Jesús terminó de dar estas instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí, para enseñar y predicar en las ciudades de la región.
Como después de cada discurso, Jesús “acaba”: no sólo “termina”, sino que “cumple” lo que ha dicho (7,28; 11,1; 13,53; 19,1; 26,1). Son instrucciones, no algo opcional: lo que Él ha dicho y hecho, también los suyos lo dirán y lo harán siempre. Jesús continúa su misión junto con sus discípulos: trabaja donde ellos todavía no trabajan, los espera en los pobres, en los pecadores, en los rechazados de este mundo para salvarlos. 
  
2.     MEDITACIÓN - ¿QUÉ  ME DICE EL TEXTO BÍBLICO?
  
·                       Preguntas para la meditación: 

Ø     ¿Hasta dónde reconozco el señorío de Jesús en vida mirando mis prioridades?
Ø     ¿Estoy llevando su cruz? ¿De qué manera?
Ø     ¿A quién recibo realmente según las invitaciones de vs. 40-42?

 3.     ORACIÓN - ¿QUÉ LE DIGO A DIOS A PARTIR DEL TEXTO BÍBLICO?
                                    
Señor, ayúdame cada día a reconocer tu señorío y prioridad en todos los aspectos de mi vida.
Ayúdame a “encontrar mi vida” y tomar mi cruz. Amén. 

4.     CONTEMPLACIÓN - ¿CÓMO INTERIORIZO EL TEXTO BÍBLICO?
    
Reflexiono en los conceptos verdaderos de la “paz” que Jesús no vino a traer y aquella que sí vino a instaurar.
Medito en el verdadero significado de llevar mi cruz. 

5.     ACCIÓN - ¿CÓMO VOY A VIVIR EL TEXTO BÍBLICO?

·                        Preguntas para la acción:
                    
Ø     ¿De qué manera práctica muestro que Jesús es mi prioridad en mi vida?
Ø     ¿Cómo puedo seguirlo al mismo tiempo de llevar mi cruz?
Ø     ¿Cuál será mi actitud receptiva, mirando a Jesús, el “verdadero huésped”? 



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