30 de octubre de 2016


Vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido

PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de la Sabiduría    11, 22-12,2

Señor, el mundo entero es delante de ti como un grano de polvo que apenas inclina la balanza, como una gota de rocío matinal que cae sobre la tierra. Tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y apartas los ojos de los pecados de los hombres para que ellos se conviertan.
Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho, porque si hubieras odiado algo, no lo habrías creado.
¿Cómo podría subsistir una cosa si tú no quisieras? ¿Cómo se conservaría si no la hubieras llamado?
Pero tú eres indulgente con todos, ya que todo es tuyo, Señor que amas la vida, porque tu espíritu incorruptible está en todas las cosas. Por eso reprendes poco a poco a los que caen, y los amonestas recordándoles sus pecados, para que se aparten del mal y crean en ti, Señor. 
Palabra de Dios.

SALMO    Sal 144, 1-2. 8-9. 10-11. 13c-14 (R.: cf. 1) 
R.    Bendeciré tu Nombre eternamente, Dios mío, el único Rey.

Te alabaré, Dios mío, a ti, el único Rey,
y bendeciré tu Nombre eternamente;
día tras día te bendeciré,
y alabaré tu Nombre sin cesar.

El Señor es bondadoso y compasivo,
lento para enojarse y de gran misericordia;
el Señor es bueno con todos
y tiene compasión de todas sus criaturas.

Que todas tus obras te den gracias, Señor,
y tus fieles te bendigan;
que anuncien la gloria de tu reino
y proclamen tu poder.

El Señor es fiel en todas sus palabras
y bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que caen
y endereza a los que están encorvados.

SEGUNDA LECTURA
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de Tesalónica    1, 11-2, 2

Hermanos:
Rogamos constantemente por ustedes a fin de que Dios los haga dignos de su llamado, y lleve a término en ustedes, con su poder, todo buen propósito y toda acción inspirada en la fe. Así el nombre del Señor Jesús será glorificado en ustedes, y ustedes en él, conforme a la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo.
Acerca de la Venida de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra reunión con él, les rogamos, hermanos, que no se dejen perturbar fácilmente ni se alarmen, sea por anuncios proféticos, o por palabras o cartas atribuidas a nosotros, que hacen creer que el Día del Señor ya ha llegado. 
Palabra de Dios.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Lucas    19, 1-10

Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos. El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicómoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí.
Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.» Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Se ha ido a alojar en casa de un pecador.» Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más.»
Y Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido.» 
Palabra del Señor.

Para reflexionar

La lectura del Libro de la Sabiduría debemos encuadrarla dentro de la reflexión de las acciones de Dios en el Éxodo; liberadoras para los israelitas y castigo para los egipcios. El autor habla de ese amor inicial y previo. Como es el amor y deseo del hijo aún no concebido, la razón llegada a la vida; la omnipotencia es la ejecutora de ese deseo amoroso. Dios ama todas las cosas, pues todas son sus criaturas. Y no quiere que nada perezca, sino que todo se salve. Por eso está dispuesto a conceder a lo malogrado la oportunidad de rehacerse. Dios mantiene todos los seres y anima con su soplo incorruptible todas las cosas. El perdón que Dios concede a los pecadores es un acto de su providencia y misericordia que todo lo conserva. Si castiga, lo hace con moderación, no para destruir, sino para salvar y ayudar al hombre.
***
En la comunidad de Tesalónica, fundados en supuestas revelaciones y en algunas frases de Pablo de su carta anterior que fueron mal interpretadas, algunos exaltados habían difundido la idea de que la venida del Señor, la Parusía, era inminente. La exhortación a la vigilancia ante la repentina venida del Señor y la insistencia en la necesidad de orar sin interrupción, se prestaban a una actitud fanática de algunos primeros cristianos que, con el pretexto de la inmediata venida del Señor, se desentendían de organizar en el mundo la convivencia y dejaban el trabajo para dedicarse sólo a la oración. Pablo condena aquí esa actitud y trata de serenar a la comunidad.
***
La ciudad de Jericó, una hermosa villa en medio del desierto, a once kilómetros del río Jordán, con manantiales y plantaciones de palmeras que se encuentra convulsionada ante el paso del famoso profeta es el marco para el Evangelio de este domingo. Jesús entra en la ciudad y es bien recibido. El pueblo entero con sus jefes espirituales y los hombres piadosos se acercan para verlo.
Zaqueo, el aduanero de Jericó, cobrador de impuestos también hace todo lo posible por ver “quién es Jesús”. Esto significa superar las dificultades que, debido a su escasa estatura, le impedían ver al Maestro como el resto de la gente.
Zaqueo era en su tiempo lo que hoy llamaríamos un corrupto indeseable, un hombre despreciado por su profesión y por su conducta poco escrupulosa. Lo mismo que pastores y prostitutas en la sociedad judía de entonces, compartía la mala fama que acompaña siempre y en todas partes como una sombra a los marginados sociales. Formaba parte de los excluidos. A pesar de ser un hombre rico desde el punto de vista económico, carecía de categoría social. Era un publicano y por lo tanto despreciado igual que los samaritanos.
Zaqueo no podía esperar nada del profeta de Nazaret, ni siquiera se atrevía a mezclarse con sus seguidores teniendo que contentarse con verlo pasar. Igualmente Zaqueo se acercó sin soñar que Jesús al llegar a aquel sitio levantaría los ojos y le diría: hoy tengo que alojarme en tu casa”.
Zaqueo se había hecho rico a costa de los pobres y ninguna persona justa se atrevía a entrar en su casa, sin embargo Jesús se atrevió. Ha venido precisamente para eso, para buscar y salvar lo que estaba perdido.
El gesto de aceptación incondicional de Jesús es capaz de enternecer y convertir el corazón de un hombre que todos consideraban irremediablemente endurecido. La alegría y el gozo son tan grandes que está decidido a compartir su vida y sus bienes con los pobres y devolver lo que ha robado con creces. Es un hombre nuevo que cambia radicalmente el rumbo de su vida y todos sus esquemas, su modo de pensar, su sistema de valores, su relación con la gente.
La marginación en la que vive lo ayuda a no falsear su conciencia, engañándose a sí mismo y teniéndose por un bendito de Dios. Zaqueo no se tiene a sí mismo por justo por eso vive el gozo de la conversión como la respuesta a un amor que le tocó el corazón. Un escritor del siglo pasado meditando el efecto de la gracia en el alma del pecador más grande, dice: “La razón está precisamente en que las gentes más honradas, o en definitiva a las que así se denomina y que gustosamente se designan como tales, no tienen puntos débiles en su armadura. Son invulnerables. Su piel moral constantemente sana les procura un pellejo impenetrable y una coraza sin fallos”.
La transformación cristiana es producto de un encuentro con Jesús más que de un voluntarismo ético.
El gesto de Zaqueo, de querer restituir el cuádruplo a aquellos que ha defraudado y dar la mitad de sus bienes a los pobres, nace de una conversión interior provocado por este encuentro con Jesús. Encontrando al amor, descubriendo el ser amado, se hace capaz de ir al encuentro de los otros. Los mira con ojos distintos, no como objetos para utilizar sino como personas para amar. También sus bienes cambian de dirección: el gesto de acumular se sustituye por el gesto de dar libre y gratuitamente. Y así el dinero que era objeto de división se transforma en signo de encuentro y comunión. Su conversión toca su corazón y su bolsillo.
El encuentro es gracia y salvación, cuando experimentamos que Dios no viene a dar respuesta a nuestras preguntas, sino que en Jesús quiere entrar en nuestra casa y compartir nuestra vida; alojarse en nosotros, recibir nuestra hospitalidad, entrar en nuestra intimidad, participar de nuestra mesa por más pobre que sea.
Cuando nos atenemos únicamente a la ley y a las buenas costumbres para sentirnos seguros, pero resistimos a las inspiraciones y a la novedad del amor evangélico que renueva todas las cosas y se manifiesta en la justicia; cuando sólo nos preocupamos de hacer “méritos” para cobrarlos así en la tierra como en el cielo, no podemos gozar ni alegrarnos del maravilloso desborde del amor de Dios que hace justo al pecador, ni de la generosidad de los que responden a la llamada del Evangelio sin mirar para atrás.
Tenemos que descubrir que el amor de Jesús va más allá de los pecados; se sumerge en lo profundo de nuestra vida y busca, descubre, despierta, todo lo que hay de intacto y de puro, porque incluso en el hombre que parece más abominable subsiste siempre un rincón de inocencia, sólo accesible para Dios.
“Zaqueo no había pedido nada, y fue Dios mismo el que le suplicó: “Quiero hospedarme en tu casa”.
La de Jesús es la misión de la iglesia misión: “Buscar y salvar lo que estaba perdido”. Una Iglesia verdaderamente evangelizadora y misionera necesita cambiar de táctica centrando sus objetivos pastorales en los marginados. Sólo así podría ser fiel a la misión de Jesús, pues “no necesitan médico los sanos, sino los enfermos”.

Para discernir

¿Margino y excluyo por alguna razón?
¿Descubro la misericordia de Dios en las heridas de mis pecados?
¿Me apoyo en mis méritos para acercarme a Dios?

Repitamos a lo largo de este día

…Señor, ven a mi casa…

Para la lectura espiritual

Reprochaban al médico que entrase en casa del enfermo

El Señor, que había recibido a Zaqueo en su corazón se dignó ser recibido en casa de él. Le dice: Zaqueo, apresúrate a bajar, pues conviene que yo me quede en tu casa (Lc 19,5). Gran dicha consideraba él ver a Cristo. Quien tenía por grande e inefable dicha el verle pasar, mereció inmediatamente tenerle en casa. Se infunde la gracia, actúa la fe por medio del amor, se recibe en casa a Cristo, que habitaba ya en el corazón. Zaqueo dice a Cristo: Señor, daré la mitad de mis bienes a los pobres, y si a alguien he defraudado le devolveré el cuádruplo (Lc 19,8). Como si dijera: «Me quedo con la otra mitad, no para poseerla, sino para tener con qué restituir». He aquí, en verdad, en qué consiste recibir a Jesús, recibirle en el corazón. Allí, en efecto, estaba Cristo; estaba en Zaqueo, y por su inspiración se decía a sí mismo lo que escuchaba de su boca. Es lo que dice el Apóstol: Que Cristo habite en vuestros corazones por la fe (Ef 3,17).
Como se trataba de Zaqueo, el jefe de los publicanos y gran pecador, aquella turba, que se creía sana y le impedía que Jesús entrase en casa de un pecador, que equivale a reprochar al médico el que entre en casa del enfermo. Puesto que Zaqueo se convirtió en objeto de burla en cuanto pecador y se mofaban de él, ya sano, los enfermos, respondió el Señor a esos burlones: Hoy ha llegado la salvación a esta casa (Lc 19,9). He aquí el motivo de mi entrada: Hoy ha llegado la salvación. Ciertamente, si el Salvador no hubiese entrado no hubiese llegado la salvación a aquella casa.
¿De qué te extrañas, enfermo? Llama también tú a Jesús, no te creas sano. El enfermo que recibe al médico es un enfermo con esperanza; pero es un caso desesperado quien en su locura da muerte al médico. ¡Qué locura la de aquel que da muerte al médico! En cambio, ¡qué bondad y poder el del médico, que de su sangre preparó la medicina para su demente asesino! No decía sin motivo: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen (Lc 23,34), quien había venido a buscar y salvar lo que había perecido. «Ellos son dementes, yo soy el médico; se enfurecen, los soporto con paciencia; cuándo me hayan dado muerte, entonces los curaré». Hallémonos entre aquellos a quienes sana. Es palabra humana y digna de todo crédito que Jesucristo vino al mundo a salvar a los pecadores. A salvar a los pecadores (1 Tim 1,15), sean grandes o pequeños. Vino el hijo del hombre a buscar y salvar lo que había perecido (Lc 19,10). 
San Agustín Sermón 174, 3.5-6

Para rezar

Dios no te deja caer sin alzarte

Cuando quieres aplausos que nunca llegan.
Cuando descubres que no va a ser Él quien apruebe tus exámenes, o quien te encuentre trabajo, o quien solucione tus conflictos.
Cuando tras la lluvia viene más lluvia.
Cuando descubres el dolor del inocente y querrías volver a ser ciego.
Cuando te asusta entender que la misión es también tu misión.
Cuando comprendes que las heridas infligidas pueden sanar, pero no borrarse.
Cuando sientes que tu verdad es incomprendida y, pese a todo, tienes que seguir avanzando.
Y sólo ahí, una vez que has tocado un poquito de suelo,
entonces te das cuenta de que es en ese lugar,
en ese espacio de la fragilidad, del dolor y de la duda;
en ese rincón en el que te sientes desprotegido y vulnerable,
donde habita tu Dios de la cruz, del camino, de la pobreza.
Y sólo ahí descubres que Dios siempre está sobre aviso,
que a veces te quita el dolor y te pone la cena,
aunque en ocasiones tengas que dar la vida.
Sólo ahí descubres que al caer estás siendo abrazado,
y que en todo lo que ves, se asoma la imagen de una creación buena;
y que por debajo de todos los ruidos hay una canción de amor de Dios
por el mundo; y que en muchos roces hay una caricia
que despierta la esperanza…


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