10
de noviembre de 2019 – TO – DOMINGO XXXII – Ciclo C
No es un Dios de muertos, sino de
vivientes
PRIMERA
LECTURA
Lectura
del segundo libro de los Macabeos 7, 1-2. 9-14
Fueron
detenidos siete hermanos, junto con su madre. El rey, flagelándolos con azotes
y tendones de buey, trató de obligarlos a comer carne de cerdo, prohibida por
la Ley. Pero uno de ellos, hablando en nombre de todos, le dijo:
«¿Qué
quieres preguntar y saber de nosotros? Estamos dispuestos a morir, antes que
violar las leyes de nuestros padres.»
Y
cuando estaba por dar su último suspiro, dijo: «Tú, malvado, nos privas de la
vida presente, pero el Rey del universo nos resucitará a una vida eterna, ya
que nosotros morimos por sus leyes.»
Después
de este, fue castigado el tercero. Apenas se lo pidieron, presentó su lengua,
extendió decididamente sus manos y dijo con valentía: «Yo he recibido estos
miembros como un don del Cielo, pero ahora los desprecio por amor a sus leyes y
espero recibirlos nuevamente de él.» El rey y sus acompañantes estaban
sorprendidos del valor de aquel joven, que no hacía ningún caso de sus
sufrimientos.
Una
vez que murió este, sometieron al cuarto a la misma tortura y a los mismos
suplicios. Y cuando ya estaba próximo a su fin, habló así: «Es preferible morir
a manos de los hombres, con la esperanza puesta en Dios de ser resucitados por
él. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida.»
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
16, 1. 5-6. 8b y 15 (R.: 15b)
R. Señor,
al despertar, me saciaré de tu presencia.
Escucha,
Señor, mi justa demanda,
atiende
a mi clamor;
presta
oído a mi plegaria,
porque
en mis labios no hay falsedad.
Mis
pies se mantuvieron firmes
en
los caminos señalados:
¡mis
pasos nunca se apartaron de tus huellas!
Yo
te invoco, Dios mío, porque tú me respondes:
inclina
tu oído hacia mí y escucha mis palabras.
Escóndeme
a la sombra de tus alas.
Pero
yo, por tu justicia, contemplaré tu rostro,
y
al despertar, me saciaré de tu presencia.
SEGUNDA
LECTURA
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pablo
a
los cristianos de Tesalónica 2, 16-3, 5
Hermanos:
Que
nuestro Señor Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que nos amó y nos dio
gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, los reconforte y
fortalezca en toda obra y en toda palabra buena.
Finalmente,
hermanos, rueguen por nosotros, para que la Palabra del Señor se propague
rápidamente y sea glorificada como lo es entre ustedes. Rueguen también para
que nos veamos libres de los hombres malvados y perversos, ya que no todos
tienen fe.
Pero
el Señor es fiel: él los fortalecerá y los preservará del Maligno. Nosotros
tenemos plena confianza en el Señor de que ustedes cumplen y seguirán
cumpliendo nuestras disposiciones.
Que
el Señor los encamine hacia el amor de Dios y les dé la perseverancia de
Cristo.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas 20, 27-38
Se
acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron:
«Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener
hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda. Ahora
bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El
segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin
dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los
muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?»
Jesús
les respondió: «En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que
sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se
casarán. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de
Dios, al ser hijos de la resurrección.
Que
los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la
zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de
Jacob. Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto,
viven para él.»
Palabra
del Señor.
Para reflexionar
La
primera lectura presenta un hermoso ejemplo, tomado del libro de los Macabeos,
sobre la fe en la vida futura. En la persecución de Antíoco IV, que, con una
mezcla de halagos y amenazas, intenta seducir a los israelitas y conducirles a
la religión oficial pagana, olvidando la Alianza; una buena mujer, madre de
siete hijos, da un ejemplo admirable de entereza y fidelidad. Lo de comer o no
carne prohibida era un detalle: se trataba de mantenerse fieles al conjunto de
la fe en Dios.
***
La
segunda lectura nos ofrece un texto de consolación. Pablo exhorta a los
cristianos de Tesalónica a mantenerse constantes y firmes en la fidelidad a
Dios y a sus enseñanzas ya que el mismo Dios nos ha dado “un consuelo eterno y
una esperanza feliz”. El autor se apoya precisamente en que Dios es fiel y
nunca falta a sus promesas; si Él ha prometido la vida, debemos vivir con esa
esperanza espléndida. La vida futura inmortal para el cristiano se siembra
aquí, en el presente.
***
El
evangelio presenta una discusión sobre la existencia de una vida más allá de la
muerte. Los saduceos, que pertenecían a las clases altas de la sociedad y no
creían en la otra vida y en la resurrección le plantearon a Jesús una pregunta
tramposa, basándose en la famosa “ley de levirato”. Por esta ley el hermano del
esposo debe casarse con la viuda si esta no ha tenido descendencia: ¿de quién
será esposa en el cielo una mujer que se ha casado sucesivamente con siete
hermanos?
La
pregunta no es importante y la cuestión del matrimonio es la excusa. El tema
básico es la vida definitiva a la que Jesús responde al final de la escena.
Jesús les dice, ante todo, que en la otra vida el matrimonio no tendrá como
finalidad la procreación, porque allí la humanidad no necesita renovarse,
porque todo es vida y no hay muerte. Dios, que es todo Vida, no puede dejarnos
a nosotros abandonados a la muerte.
Jesús
no explica cómo es la otra vida, pero sí les dice que nuestro destino es la
vida, no la muerte. Además, les asegura que los que “han sido juzgados dignos
de la vida futura son hijos de Dios y están llamados a vivir de la misma vida
de Dios, y para siempre, en la fiesta plena de la comunión con Él.
Esta
es nuestra esperanza: que más allá de la debilidad de este mundo, estamos
llamados a compartir la plenitud que Dios mismo tiene.
Nuestro
destino es la vida eterna: “Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de
todos”. La certeza de nuestra resurrección radica en que Cristo ha resucitado.
Si Él murió para hacernos hijos de Dios y darnos vida nueva por su Espíritu,
esta vida no puede ser perecedera, sino definitiva y eterna.
La
vida de los resucitados de entre los muertos no es la continuación de nuestro
mundo de ahora. Es totalmente diferente. La vida que perdura no es una
prolongación de la vida biológica, puesto que ya no está sujeta a la muerte. En
ella están en vigor otras leyes ocultas a nosotros. Procede directamente de
Dios.
Si
después de esta vida no hubiera nada, nos sentiríamos profundamente frustrados,
la vida humana sería una “pasión inútil” y el hombre “un ser para la nada”,
como dicen muchos filósofos.
Para
Jesús, vivir consiste en ir dando la vida hasta la ofrenda total en la muerte,
pero que desde Dios es el acto supremo de la vida; mientras que, morir es
querer vivir mi vida desentendiéndome de la de los demás, que es lo que
habitualmente llamamos “aprovechar la vida”. El que vive dando la vida, no la
pierde, la da. Mientras que el que vive sin darla, la pierde con la muerte.
Todo
lo que creemos es ya para esta vida, es decir, para orientar y transformar
nuestra vida a semejanza de Cristo.
Gracias
a esta fe en la resurrección, los cristianos tenemos que afirmar la vida,
respetar la vida, sacar adelante la vida de todos los hombres de manera
concreta. Los cristianos no creemos en otra vida como negación de la presente,
o evasión de lo que nos toca; sino como afirmación sin límites de la vida.
Creer
en la vida eterna debe ser para nosotros hacer posible la vida para todos,
sabiendo que la persona tiene una dignidad sin límites como la misma promesa de
Dios.
No
podemos vivir de espaldas a la vida definitiva que ha de venir, ni a la vida
presente que estamos viviendo. La fe en la resurrección futura nos hace
trabajar sin cansancio por la resurrección del mundo presente, mejorando las
condiciones de vida, haciendo una sociedad más humana y más fraterna, siendo
constantes en toda clase de obras que ayuden al hermano, sembrando la paz y
luchando por la justicia.
Creer
en la vida eterna es luchar por hacer posible una vida buena para todos. La
verdadera esperanza cristiana no puede ser nunca un pretexto para
desentendernos de los hombres y del mundo que necesitan la manifestación de los
hijos de Dios.
Para
los discípulos de Jesús la fe en la vida eterna es la fuerza para asumir la
vida presente. La esperanza de nuestra feliz resurrección debe hacerse realidad
en medio de los hombres, siendo testimonio de la presencia del Dios vivo
contribuyendo a que todos puedan realizarse como personas, como hijos de Dios,
desde una vida cada día más justa y más digna.
Para discernir
¿Margino
y excluyo por alguna razón?
¿Descubro
la misericordia de Dios en las heridas de mis pecados?
¿Me
apoyo en mis méritos para acercarme a Dios?
Repitamos a lo largo de este día
Creo
en la vida eterna
Para la lectura espiritual
¿RESURRECCIÓN
o REENCARNACIÓN?
No
es difícil en nuestros días encontrarse con personas seriamente interesadas por
la vieja teoría de la reencarnación e, incluso, con cristianos que no entienden
muy bien por qué el cristianismo habla de resurrección y no de reencarnación.
Sin
embargo, la fe en la resurrección de los muertos supone algo totalmente nuevo y
original frente a la reencarnación de las almas que se afirma en la
religiosidad hindú, en el budismo o en las doctrinas griegas de la
metempsícosis.
Según
la visión hindú, las almas van emigrando constantemente (sam-sára= pasar a
través), encarnándose una y otra vez en vidas sucesivas. Y son las acciones
buenas o malas (karma) las que deciden cómo va a ser la próxima reencarnación.
De
esta manera, la realidad es una sucesión de nacimientos y muertes donde las
almas se van degradando o purificando hasta alcanzar tal vez un día la
reintegración en la totalidad del Ser Absoluto. Ese nirvana difícil pero no
imposible del que habla el budismo. Esta manera de ver la realidad tiene
consecuencias profundas y se distancia radicalmente de la fe cristiana. Según
esta concepción oriental, la identidad individual de cada persona se eclipsa y
el cuerpo queda privado de valor. En realidad, los individuos surgen por una
disgregación del ser, pueden reencarnarse en diversos cuerpos, pero lo
importante es que vuelvan a reintegrarse en el Gran Todo.
La
visión cristiana es diferente. En la raíz de todo está un Dios Creador que,
movido por su amor infinito, crea la vida de cada persona con un valor absoluto
y singular. Cada individuo es un ser libre querido por Dios por sí mismo y
llamado a encontrar un día su realización plena corpóreo-espiritual en un
diálogo amoroso con él.
Por
otra parte, según la doctrina reencarnacionista, el mal es una realidad física
(la caída del individuo en la materia). Por eso, la salvación consiste en una
especie de proceso mecánico de depuración que, a través de sucesivas
reencarnaciones dirigidas por el karma, conduce de nuevo a la matriz original
del Ser Absoluto.
Los
cristianos vemos las cosas de otra manera. El hombre es un ser libre que puede
rechazar a Dios rompiendo su relación personal con él. Por eso, la salvación se
produce, no por medio de un mecanismo de reintegración, sino a través de una
conversión personal a Dios.
Así,
pues, para los cristianos, la realidad no es algo indefinido donde la muerte es
una especie de espejismo y donde las almas circulan constantemente del más allá
al más acá y viceversa, sobre el fondo inmutable y frío del Ser Absoluto.
Nosotros
creemos en un Dios que crea la vida y nos la regala amorosamente a cada uno
como valor absoluto. La muerte puede acabar con nuestra condición biológica
actual, pero no puede extinguir la vida que nos llega desde Dios. El Creador de
la vida es más fuerte que la muerte. Dios no es «un Dios de muertos, sino de
vivos». El nos resucitará para la vida eterna. Esta esperanza es «la roca de
nuestro corazón».
José Antonio
Pagola
Para rezar
“Yo
mismo Lo veré”
Y
seremos nosotros,
para siempre,
como eres Tú el que fuiste,
en nuestra tierra,
hijo de la María y de la Muerte,
compañero de todos los caminos.
para siempre,
como eres Tú el que fuiste,
en nuestra tierra,
hijo de la María y de la Muerte,
compañero de todos los caminos.
Seremos
lo que somos,
para siempre,
pero gloriosamente restaurados,
como son tuyas esas cinco llagas,
imprescriptiblemente gloriosas.
para siempre,
pero gloriosamente restaurados,
como son tuyas esas cinco llagas,
imprescriptiblemente gloriosas.
Como
eres Tú el que fuiste,
humano, hermano,
exactamente igual al que moriste,
Jesús, el mismo y totalmente otro,
humano, hermano,
exactamente igual al que moriste,
Jesús, el mismo y totalmente otro,
así
seremos para siempre, exactos,
lo que fuimos y somos y seremos,
¡otros del todo, pero tan nosotros!
lo que fuimos y somos y seremos,
¡otros del todo, pero tan nosotros!
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